No hace mucho que vuelve a estar de actualidad el principal problema de nuestro tiempo, el cambio climático, esta vez no por una cumbre internacional más, sino por la decidida acción de una joven, Greta Thunberg, que una vez ha comprendido en el colegio lo que les espera a los de su generación si el calentamiento sigue su curso, ha decidido iniciar acciones públicas para intentar, por enésima vez, sensibilizar a los políticos y a la población mundial sobre las enormes dimensiones del problema.

El que con sus gestos y el decidido apoyo de los Fridays for future -convocatoria de huelgas semanales donde los escolares se manifiestan por un futuro digno de ser vivido- el tema se haya puesto de nuevo de moda, no significa que roce ni por asomo al tiempo dedicado en los informativos -incluidos los de televisiones públicas- al seguimiento morboso de los matricidios, feminicidos y demás atrocidades que supuestamente es sobre lo que nos deben informar hasta la saciedad, junto al auge de Vox y los problemas de Podemos.

No sólo tenemos un problema de jerarquía informativa sobre lo que es realmente importante y cómo comunicarlo, sino que tampoco comprendemos bien cómo funciona el cambio climático en el punto en el que estamos, y lo que realmente sería útil para minimizar su impacto en nuestras sociedades. Si estudiamos las gráficas de calentamiento desde los inicios de la primera revolución industrial, y la estrecha relación entre crecimiento de la economía y aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, comprenderemos que el Estado del bienestar que deseamos y que nos predican los políticos a los que votamos no es compatible con un plan eficaz de disminución de emisiones.

Lo que nos dicen los científicos que hay que hacer, prácticamente descarbonizar nuestras economías para mediados de siglo, no sólo es prácticamente imposible, sino que ni siquiera se están dando los pasos adecuados para intentarlo.

Pero es que tampoco los políticos en las economías neoliberales tienen suficiente poder para forzar los cambios

productivos y de transporte que serían necesarios. Ni la gente votaría a los dirigentes que defendieran la relocalización económica y la austeridad compatible con un recorte drástico de emisiones, que necesariamente debe implicar decrecimiento en la producción y el consumo. Así, los jóvenes que ahora se movilizan, como tantos otros colectivos lo llevan haciendo desde hace décadas, deberían dedicar parte de su esfuerzo a desarrollar estrategias de apoyo mutuo y de adaptación a los nuevos escenarios climáticos, que van a golpear a nuestras economías y a nuestra vida de forma mucho más agresiva según avance un calentamiento que, en la práctica, no va a estabilizarse en las próximas décadas.