La belleza de los monumentos, la alegría del pueblo llenando las calles ha dado paso al silencio y somos conscientes de que cerrado un paréntesis volvemos a otra realidad. El Gobierno ha señalado el diez de junio como fecha para la exhumación de los restos de Francisco Franco como colofón a un propósito declarado seguido de una etapa convulsa en que, si no la Iglesia como Institución, sí algunos clérigos y la familia del dictador han entablado una batalla ante los tribunales que servirá, al menos, para obstaculizar todo lo posible el traslado de los restos y dejar patente que siguen aferrados a otra época que muchos creían superada y otros ni siquiera han conocido.

Se ha dicho hasta la saciedad que el Valle de los Caídos se erigió como monumento a la reconciliación. ¿Qué reconciliación?¿Acaso la hubo? Al término de la Guerra Civil se inició el proceso a la disidencia que duraría tanto como la vida del dictador; se persiguió a los republicanos, a los enemigos del régimen, se llevaron a cabo juicios sumarísimos, se condenó al paredón o la cárcel. En 1963 se fusilaba a la última víctima directa de la Guerra Civil, Julián Grimaud. En 1975 a cinco jóvenes cuyos actos jamás justificaremos pero se vengaron con la misma innecesaria crueldad que ellos utilizaron. La guerra no terminó en 1939 porque permanecían los dos bandos, el de los vencedores y el de los vencidos, erigido con el espíritu faraónico de quien gobernó, se enriqueció durante cuatro décadas y si decidió rodearse de sus enemigos fue para demostrar que había dispuesto de ellos tanto en la vida como en la muerte.

La Iglesia, financiada con patrimonio privado, en su inmensa mayoría público, ni tenía antigüedad y contenido artístico que justificase, en 1953, su consagración como Basílica Menor. Pero como esto pasaba en la época en que se era de derechas por imposición y católicos por mandato, no se levantó en contra ni una sola voz. En 1958, se confió a la Comunidad Benedictina la custodia y gestión de los sepulcros en el templo que no les perteneció nunca, pero del que han venido haciendo uso en todos los órdenes como si fueran sus dueños.

Los tratados internacionales con el Vaticano reciben el nombre de Concordato; el primero data de 1851, con Isabel II, seguido por el que firmaron con el Gobierno de Franco y en 1977 se sustituyeron por Cuatro Acuerdos bajo el mandato de Suárez; si todo acuerdo entre Estados tiene como fin establecer un equilibrio entre contraprestaciones, en ninguno de ellos lo encontramos; muy al contrario, España se compromete a la financiación del sueldo de clérigos y obispos, de sus festejos y ceremonias, el mantenimiento de su patrimonio artístico y, se añade la concertación en la enseñanza. A estos once mil millones de euros, únase lo que ingresan por donaciones y lo que se ahorran al estar exentos de impuestos de sociedades, IBI, sociedades patrimoniales. Por si fuera poco, son varios miles de edificios los que ni construyeron ni compraron y han inmatriculado a su nombre gracias a la decisión de Partido Popular. La Iglesia podría concentrar la mayor fortuna del Estado y el clero que no parece darse cuenta de que a medida que llena sus bolsillos está vaciando sus iglesias, porque los fieles son más cristianos que romanos, y creen más en los Evangelios que en los Concordatos.

La familia es un capítulo a tener en cuenta; siete nietísimos de cuyas proezas laborales nunca se supo viven espléndidamente, en todo o en gran parte, a costa de la herencia de su abuelo que a falta de conocimiento cierto se ha dicho, y publicado, ascendía a 400 millones de euros; muchos son, efectivamente, pero quedaron sujetos a una doble imposición sobre actos jurídicos documentados tanto en la primera transmisión a la hija como en la segunda a sus nietos. Entre siete herederos la cantidad no es significativa para justificar tanta holganza pero nunca se llevó a cabo una investigación sobre el montante real de esta cuantiosa herencia.

Varios de ellos ni siquiera viven aquí; disfrutan de sus riquezas en países americanos, incluso el biznieto Luis Felipe ha adquirido la nacionalidad venezolana sin renunciar a las aspiraciones al trono de Francia (¡...!) o en la vecina Portugal; algunos han incurrido en delitos de los que van saliendo bien librados y de ninguno podría decirse que es un ejemplo a seguir. Mucho menos la vulgar trayectoria de Carmen Martínez Bordíu quien manifestó públicamente que no visitaba la tumba de su propio hijo porque ella entendía que no estaba allí... Quizá, con la impúdica simpleza que la caracteriza entienda que su abuelo tampoco yace en su tumba. Las visitas de nietos y biznietos son escasas, esporádicas y en ningún caso, nadie les ha visto acercarse en soledad a visitar El Valle de los Caídos, salvo para alinearse entre la extrema derecha en sus manifestaciones públicas.

Tampoco se han hecho esperar las reacciones de quienes han criticado la Ley de la Memoria Histórica bajo el prisma de abrir viejas heridas; una consideración errónea porque las heridas siguen abiertas y la única posibilidad de que se cierren, aunque sea para convertirse en cicatrices, es que cada cual esté en el lugar que le corresponde; que no es el Valle de los Caídos para el dictador, ni las cunetas para sus enemigos.

Que descanse en paz; que lo haga en el sitio que parientes y amigos consideren oportuno pero, en todo caso, lejos de lugares públicos, porque su caudillaje no representó a todos. (¿No es el argumento para que se retiren los lazos amarillos de las Instituciones de Catalunya?)

El franquismo empezó con el general y terminó con su muerte. Quienes por cualesquiera motivos mantienen su admiración a la figura del dictador deberían colaborar para que aquellos que, también por una u otra razón, no le querían, acaben por olvidarlo. El tiempo pasa, para todos, tenemos un presente complicado, un difícil porvenir, las circunstancias no son las mismas y no podemos aferrarnos, ni siquiera sentimentalmente, a lo que ya es el pasado.

Los reticentes al traslado deberían ser conscientes de que lo que hagan es solo por ellos mismos. Porque, señoras y señores... A estas alturas... ¿Qué puede importarle a Franco?

Con todo el respeto que merecen los muertos; con todo el respeto que merece una decisión gubernamental. Cada cual lo vivirá a su manera pero abstengámonos todos de las manifestaciones empecinadas y coléricas. ¿Recuerdan aquella frase?: La ira no ciega; es propia del que ya ha nacido ciego.