No hay duda alguna que la vida consiste en aprender. Sí, todos de todos. Es muy fácil usar la lengua, la misma que exagera todo y desde la verbigracia arranca el corazón de la arteria. Nuestra sociedad necesita todo tipo de personas...

La juventud de hoy en día se afianza de manera distinta a otras generaciones. Ellos son nativos digitales, por lo tanto, no es lo mismo la instrumentalización de Internet que la huella. Nos cuesta admitir que nuestros jóvenes no se acomodan en lo tradicional. Sí, al tomar contacto unas generaciones con otras se evidencia, y mucho, lo que estoy diciendo. Las generaciones son similares a los collares de perro, el primer anillo tira de todos: directa o indirectamente.

En realidad nuestros jóvenes no saben lo que es buscar la excelencia por medio del esfuerzo. Pero la culpa no es de ellos... Su vida se ejecuta por Internet; se desenvuelven bien con las aplicaciones, las redes sociales, son grandes expertos de la tecnología y desde muy temprana edad. Con infinita prudencia me aventuro a decir que algo falla...

Para consumir alcohol o comprar tabaco es necesario ser mayor de edad. ¿Pero qué pasa con la tecnología y las redes sociales? Desde bien temprana edad les compramos tabletas y móviles, sin pensar en lo adictiva que es la tecnología, y claro, con el paso del tiempo nos quedamos pasmados al ver que un día le dices a tu hijo: "A comer" y desde el fondo de su habitación llega el eco: "Vete a la mierda ". Y sí, con la mesilla llena de bolsas de patatas fritas, tu hijo te está mandando a la mierda. ¿Y sabes la razón? Prefiere estar pendiente de los like de Instagram que comer con su familia. Sí, prefieren un "hello" por WhatsApp, que un beso de su padre o de su madre.

Permitir el acceso ilimitado a generadores de dopamina es lo que tiene.

Algunas veces me siento cerca de los jóvenes, lo confieso, sus cuitas me arrancan soberanas carcajadas. Hace pocos días me senté en un bar "petado" de chicos, me pedí una caña y me puse a observar. Sí, el pensamiento es fuerza mayor, le debe su impulso a la necesidad de saber, la misma que libremente elige sus maestros y sus libros. Al rato de estar allí observo que están hablando entre ellos de "alguien". La distancia entre mi mesa y la suya no era sustancial, pero no era posible escuchar con nitidez, trate de afinar el oído, y nada, pero cuando ya lo daba todo por perdido, uno de ello exclamó: "el pollavieja".

Imagínense mis ojos, se quedaron peor que los de Marujita Díaz en sus mejores tiempos, qué palabra... Terminé mi caña y me marché, con la palabra a otra parte, concretamente al buscador de Google. Por lo visto, lo contrario de "millennial" es "pollavieja". No quiero ni pensar lo que dirán de las mujeres de cierta edad, si la cosa va de bajos se me ocurren muchas cosas... Uy, mejor lo dejo para otro día. Sean felices.