Vivimos una época de innegable degradación de la política que afecta a todos los niveles y en todos los países de nuestro entorno, con mayor o menor intensidad. Los parlamentos se han convertido en un gran plató al estilo Gran Hermano, donde más que hacer política y buscar los acuerdos necesarios para resolver los problemas de los ciudadanos, aquellos que nos representan se dedican al chascarrillo, el espectáculo mediático y a la política de patio de colegio.

Sobran los supuestos que ilustran esta situación, pudiendo citar, como se dice en Derecho, sin que tenga carácter exclusivo o excluyente, las continuas salidas de tono de los mandatarios ruso y estadounidense, la dictadura encubierta que vive Venezuela, el rocambolesco proceso del brexit británico, las pancartitas que cuelga Quim Torra desoyendo la legalidad electoral, las ocurrencias del presidente de México, o simplemente, la desmotivadora precampaña electoral para las generales, donde lo importante es ver qué candidato se levante ese día para soltar la mejor de sus ocurrencias. A poco que pensemos, cualquiera de nosotros podrá poner un ejemplo sobre esta lamentable y preocupante degradación que estoy denunciando, a partir de la cual, se pueden explicar muchas de las cosas que están pasando en la actualidad.

Esto no significa que uno deba resignarse e incluso pensar que la política no va con él, puesto que como indican reconocidos filósofos y politólogos de nuestros días, debemos tomar conciencia e involucrarnos de una forma más efectiva, ya sea activamente o con el simple ejercicio del derecho al voto, algo que resulta básico para fijar el camino que seguirá España en los próximos años. De igual forma se expresaba recientemente Felipe VI, cuando pidió que los jóvenes se involucraran en la vida política para cambiar y mejorar el mundo.

Por ello, para alguien como yo, crítico por definición, resulta muy gratificante ver la determinación con la que han luchado las personas con discapacidad intelectual y/o enfermos mentales para conseguir conquistar el pleno reconocimiento de sus derechos políticos. Gracias a eso, serán cerca de 100.000 nuevos votantes con este tipo de discapacidad los que acudirán a ejercer su condición de ciudadanos de primera.

En esta primavera tan electoral, poco importa el hartazgo que algunos podamos exteriorizar hacia los políticos, e incluso poco importan las trabas que desde la Junta Electoral Central les han pretendido poner a esos nuevos votantes con discapacidad, con la insultante instrucción de 11 de marzo. Lo que debemos subrayar, por encima de todo esto, es que con su tenacidad y perseverancia han demostrado que la democracia reside verdaderamente en todas esas personas que acudirán por primera vez a ejercer un derecho tan importante como es votar.