No es nada fácil sustraerse a este tiempo electoral (y primaveral) cuya duración ya resulta difícil de calcular. Pudo empezar hace dos años o hace nueve meses, tal es el nudo. Pero esa dilatación favorece a la ciudadanía al sumergirla en el mismo mar de todos los veranos: las elecciones, que se parecen mucho entre sí aunque cambien los libretos o los repartos, dado que la puesta en escena y los elementos básicos del atrezzo se mantienen imperecederos. Ello no reduce, empero, el dramatismo de la cita.

Estas elecciones están lejos de aquel milagro democrático, de aquella euforia civil de los tiempos fundacionales. Ya se sabe que si un milagro se repite dos veces ya no es milagro es rutina, pero, con todo, esta fecha es de una indudable importancia para el futuro inmediato del país y hay al menos dos aspectos de la convocatoria electoral que constituyen, si no un milagro, si una novedad.

Uno es la lista concurso. Se ha ensayado en muchas ocasiones, pero la tendencia que asoma con los fichajes electorales primavera -verano de «casi todos» los partidos se va aproximando cada vez más al concurso televisivo (hay muchos para escoger) y en un futuro no muy lejano quizá se podría elegir a los aspirantes a diputados directamente en un plató, en un show para talentos desconocidos. Este es, sin duda, un indicador arbitrario que puede medir tanto la imbecilidad política extrema como la genialidad política imposible. De ambas cosas hay en varias de las candidaturas actuales. Se trata, en suma, de ensanchar, para disfrute, solaz y esparcimiento de la ciudadanía, la sociedad del espectáculo, ya que el espectáculo es lo contrario del diálogo, es un monólogo elogioso.

El otro aspecto nuevo es más inquietante y mucho más peligroso por cuanto supone de encuentro con lo siniestro de nuestro pasado histórico reciente: el franquismo vuelve y quiere quedarse otra vez entre nosotros como la peste parda lo intentó en la Europa de los años treinta y cuarenta. Lo reprimido del campo franquista regresa en un microclima más favorable desde Bielorrusia a Italia, de Hungría a USA, de Egipto a Brasil. Debe haberse producido un verdadero concilio entre todas las tribus nazi-fascistas-falangistas y otras fracciones españolas (y las de sus conmilitones europeos) para firmar la no agresión entre ellas a la espera de que estas elecciones traigan consigo resultados que indiquen, al fin, que en España empieza a amanecer.

Son dos aspectos de la realidad inmediata que conducen a fines coincidentes. Las listas concurso cumplen la función de ensanchar el vasto territorio, ya muy trabajado, de la banalidad política, que es como una excavadora de la democracia tan siniestra, si, como el retorno de la familia Monster. Es cierto, esta es una época mayoritariamente conservadora.

Sin embargo, más allá de la tentación apocalíptica, los aspectos aquí esbozados se han sembrado y cosechado al calor internacional del fracaso de la verdad. Es tal la envergadura del cinismo político que se exhibe entre nosotros y tales las mentiras bochornosas que reducirlas sería una de las mayores conquistas democráticas. Un filósofo rigorista de la moral como Bernard Williams identificó las dos virtudes clave de la verdad€la sinceridad y la precisión. Visto lo visto quizá necesitemos alguna más.