«Caldrà que aprenguen, com tothom,/

que a dalt és cel/

i a sota infern/

i al mig, la dolenta-aspra-terra.».

Domènec Canet, Carcaixent, 1971

La nación española es desigual y el País Valenciano ha caído en la parte perjudicada. Se perdió la guerra en sentido literal y figurado. Ya los inseparables banqueros valencianos Ignasi Villalonga y Joaquim Reig (Banco Central, Cepsa, Dragados, Aumar) tuvieron que instalarse en Madrid para evitar malentendidos. Su entidad favorita, el Banco de València, se ve cómo ha terminado. Por encima del artículo 14 de la Constitución que proclama la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Quienes pretenden ser más constitucionalistas que nadie han de tomar nota. La realidad se ríe en sus narices. De ahí nace la desazón valenciana, junto a otras malquerencias que enrarecen la convivencia entre españoles. De esto, los políticos valencianos de ahora (Bonig, Català, Gómez, Cantó) no saben nada. Otros (Puig, Oltra, Martínez Dalmau) están en otros frentes. Sin autosuficiencia económica no hay autonomía.

Desnivel. Es difícil que los agraciados en el reparto de la tarta nacional renuncien y que los agraviados se conformen. Se ha hablado mucho del cupo vasco y del concierto fiscal navarro. Albert Rivera y el eurocandidato, Luís Garicano, de Ciudadanos, los cuestionaban. El resto anhela pertenecer a esos territorios de la nación española. Hay cola. Junto a ellos los madrileños, murcianos, canarios, ceutíes, riojanos o los melillenses, gozan de prebendas que hacen más llevadera su existencia y provechoso su patrimonio. Hay privilegios forales, con derechos arraigados que fomentan la felicidad de aquellos que habitan estos territorios.

Desplantes. El diputado en el Congreso, Joan Baldoví, de Compromís, ha desgranado en una entrevista, a València-plaza, las complicaciones y trabas que dificultan el entendimiento y el respeto entre políticos. La coalición valencianista, ahora defraudada por el adelanto electoral de Ximo Puig, fue arrumbada por Podemos al optar a grupo parlamentario propio. Como estaba pactado ante notario. En el País Vasco la venta de automóviles se dispara porque disfrutan subvenciones de un «plan Pive» euskaldún que desapareció hace años para los demás. Andalucía (gobernada por PP y Cs) ha suprimido por decreto los impuestos de patrimonio, donaciones y sucesiones.

Recursos. Exenciones que disfrutan los madrileños, entre otros incentivos, que no tienen nada que ver con la solidaridad interterritorial que pregonan los entusiastas del nacionalismo español. Las prerrogativas insulares de Canarias y Baleares también tienen su enjundia. Junto al elevado coste-territorio de Ceuta y Melilla. Reminiscencias de un pasado colonial que el Estado sufraga, lejos del principio de «tanto generas, tanto te corresponde». A cargo de ese capítulo los valencianos tenemos una deuda en el Fondo de Liquidez Autonómica (FLA) que sobrepasa los 47.000 millones de vergüenzas. De cuyos recursos el gobierno socialista de Pedro Sánchez mantiene bloqueados 3.100 millones de euros que la Generalitat necesita para afrontar sus obligaciones.

Recursos. Albert Camus afirmaba «amo demasiado a mi país para ser nacionalista». Es un sinsentido que los valencianos, en situación de emergencia, sean nacionalistas. Mientras no puedan defender sus intereses. Sólo se entiende ser nacionalista cuando sobrepasas los umbrales mínimos de supervivencia. No sólo física. También la que conforman los servicios sociales, la cultura, la enseñanza, las infraestructuras propias de un país desarrollado y el acervo de la sociedad para afrontar los retos del siglo XXI. El País Valenciano carece de los resortes necesarios para equipararse a los promedios españoles y europeos. No llegamos a la media salvo en supermercados. Y vamos a la baja.

Confiar. Según el líder de Podemos, Pablo Iglesias, en política no hay que fiarse de nadie y tus poderes son los que otorgan los parlamentarios que consigue cada partido en las elecciones. Los intereses valencianos fueron preteridos con los gobiernos del PP y en los del PSOE. Partidos centralistas. En las convocatorias electorales que se avecinan, los ciudadanos tendrán la oportunidad de decidir con su voto el futuro del País Valenciano. En la última legislatura sólo había cuatro diputados, encabezados por Joan Baldoví. Dos senadores, Carles Mulet y Jordi Navarrete. Y el eurodiputado y exalcalde de Burjassot, Jordi Sebastià. Todos de Compromís. El poder de la Comunitat Valenciana. Los demás siguen la disciplina de sus centrales de Madrid y Barcelona.

Decentes. Algo han hecho mal los valencianos para que líderes, que ha ejercido poder en las últimas décadas, protagonicen las crónicas de corrupción con asiduidad y reiteración. El País Valenciano es dispar, porque ocupa el furgón de cola en el nacionalismo español y acomodaticio, porque consintió la conducta indecente de políticos (Zaplana, Olivas, Camps, Rambla, Carlos Fabra, Rus, Ripoll y ahora el entorno de la exalcaldesa de València) y de sus partidos. Si se exige a los ciudadanos comportamiento impecable y sus dirigentes dejan de ser ejemplares, hay que expulsarlos de la vida y la memoria públicas.