No puedo bajar a Murcia sin emoción. Ahora que voy de tarde en tarde, me gusta dejarme caer por Caudete y desde allí cruzar el altiplano murciano. Tenía ganas de saber si había avanzado algo ese maldito enlace de La Font de la Figuera con la autovía a Alicante. Cuando me fui a Madrid, en 2009, ya llevaban varios años haciendo desmontes y allanando terrenos. Mi sorpresa fue que el tramo de ida todavía no está acabado. Por supuesto, desde Caudete a Yecla la misma carretera de siempre, sinuosa, mal trazada, peligrosa. Poco más allá de Yecla, por fin, la autovía ya está abierta. Pero ahí, en ese tramo cercano a València, nadie siente la necesidad de mejorar la vía pública.

Pocas regiones de España serán más leales al Estado que Murcia y pocas son pagadas con tanta desconsideración por las elites centrales. Es como si el Estado considerara que bastante les da con el orgullo de ser españoles. Así, puede tener a sus ciudadanos sin AVE, a falta de soterrar las vías de la propia estación. Y mientras tanto mantienen un tren indigno de estos tiempos, con demoras intolerables; recuerdo el Cercanías desde Alicante a Murcia. Tengo la impresión de que el Estado considera que ya tienen bastante con el trasvase. Luego, la postergación. Ese trato no hace justicia a una tierra laboriosa y a unas gentes leales, sencillas y trabajadoras.

El caso es que me gusta dejarme caer por ese campo al sur de Jumilla. Lo he visto crecer y mejorar desde 1986, cuando comencé a cruzar esos parajes. Por aquellos años la mayor parte del terreno era de olivos raídos y vides viejas. Ahora las filas de frutales se extienden hasta el pie de los colinas y forman un paisaje magnífico, que pinta de un fresco verdor las tierras que descienden hacia las montañas que encierran los oasis del río Segura, donde se esconde Ricote y Archena y otros pueblos. En aquellos tiempos, me gustaba seguir la variación estacional de los parrales, viejos y densos, que se extendían por los llanos anteriores a la estación de ferrocarril de Blanca. De esos parrales, que ofrecían un techo fresco y tupido a la dura tierra, ya quedan pocos. Sin embargo, dije adiós con la misma emoción contenida a los últimos que vi, ya amenazados por los campos en los que crecen los famosos chatos, esa especie de melocotón de la zona. Recuerdo que cuando llegaba el otoño, las parras se coloreaban de un morado dulce y sereno, que daba un último instante de vida a los troncos rugosos de la cepas elevadas, antes de exponer sus sarmientos resecos a los vientos.

Más de veinte años cruzando esa tierra forja por lo menos la mitad de un alma. Quizá debo a esos campos, que mejoraban año tras año una tierra dura, cierta resistencia. Allí, cada árbol es un milagro y cada flor una promesa. En esas largas horas al volante, muchas veces me pregunté si acaso mi tiempo sería vacío. Si dejaría algún fruto. Fue emocionante ser llamado por los amigos de Podemos de Murcia para cerrar con una conversación franca diversos grupos de trabajo. Algunos de ellos son viejos colegas de la universidad; otros, alumnos; otras, amigas de alumnos, de otras amigas, de otros colegas. No. Nunca el tiempo es vacío. Incluso esos últimos olivos de las lindes, hace tiempo sin cuidados, luchan por dar su humilde fruto. ¿Vamos a ser menos los humanos?

Si tuviéramos ojos para ver las cosas profundas, deberíamos decir que no somos menos. Y allí, en medio de la emoción, me encontré con Óscar Urralburu, el secretario general de Podemos-Murcia, y con Esther Martos, diputada en la Asamblea Regional, como anfitriones. Invitados íbamos José García Molina, vicepresidente de Castilla-La Mancha y secretario de Podemos en esa región, y el que escribe. Debo decirlo pronto. Urralburu es un tipo serio y fiable, un político maduro y solvente. Su trabajo al frente de Podemos-Murcia ha logrado mantener el rumbo al margen de los complejos asuntos madrileños, y fortalecer un partido que es necesario en nuestro sistema político. El ejemplo más preciso de lo que digo es la reforma del Estatuto de Murcia, apoyado por todos los grupos, donde Esther Martos ha hecho un gran trabajo. La incorporación de derechos sociales a su articulado, la definición clara y expresa de la violencia machista como un problema central para cambiar el modelo civilizatorio en el que estamos presos, la exigencia de solucionar el problema del agua de una forma solidaria, capaz de asegurar la huerta de Europa, la incorporación de una agenda ecologista adecuada para salvar el Mar Menor y proteger la extraordinaria riqueza paisajística de la región, todo ello constituye un modelo a seguir.

Pero algo más importante todavía. Forma parte de las previsiones de esta reforma de Estatuto que se someta a una votación plebiscitaria. Creo que cuando llegue el día, las Cortes españolas deberían autorizarla. Es un Estatuto que cuenta con el apoyo de la totalidad de la cámara regional, pero es muy importante que esa agenda social, económica, ecológica, educativa y de igualdad de género comprometa a la totalidad de la ciudadanía, que resultará fortalecida en su conciencia de pueblo civil, capaz de llegar a consensos desde la concordia más profunda. Vox ya se aprestó a sentenciar que el PP y Cs han sido llevados al huerto por Podemos. Esto es lo que más preocupa a este partido y a quienes lo apoyan. Que Podemos ofrezca la realidad de un partido maduro, que evade los problemas de su propia superestructura para centrarse en propuestas de largo aliento, que conciernen a nuevos principios civilizatorios, que orienten de verdad el mundo de la vida futuro.

Y esto es lo decisivo. Que no se trata de una medida aquí u otra allí. Que se trata de propuestas coherentes, que brotan de colectivos de estudio en el que trabajan personas tan respetadas como Andrés Pedreño, profesor de Sociología de la universidad, o David Soto, de Filosofía. Urralburu ha sabido mantener a su alrededor a los mejores y da un ejemplo político de concordia interna y de concordia civil que promueve grandes acuerdos, desde la sobriedad y el trabajo serio. Y ya es una buena prueba de esto que García Molina muestre su espíritu de cooperación con este grupo humano de la región vecina en una conversación atravesada por la cordialidad. Si alguien cree que la partida política está jugada se equivoca. La zona de inestabilidad política tiene raíces muy profundas y las contradicciones internas son lo único que une a todas las fuerzas políticas. Así que nada está decidido.

No ha llegado el tiempo de cristalización. Pues este proceso tiene dos salidas. O mutación constitucional recentralizadora, o reforma constitucional federal. Puede ser mucho el tempo de durata, y por eso cuanto antes se ofrezca un horizonte claro a la ciudadanía, tanto mejor. Pero las fuerzas que apoyen un modelo federal de reforma de la Constitución del 78 han de ser claras en algunas cosas. La primera, que un Estado federal mantiene la unidad de pueblo y la integridad de su soberanía unitaria. La segunda, que dejará a los territorios el marco legal adecuado para desplegar toda su potencialidad. La tercera, que esa potencialidad, como lo muestra la reforma del Estatuto de Murcia, está sujeta a la apertura histórica y evolucionará. La cuarta, que ningún partido que aliente esta reforma federal del Estado será creíble si no se organiza a sí mismo de forma federal. Mi media alma formada en más de veinte años de carretera entre València y Murcia me dice que habrá que tener paciencia. Pero el camino no lleva a otro sitio.