Ya lo comentamos en otra columna: este país tiene un problema con la muerte, que considera sagrada y que no nos pertenece. Es una rémora del gran peso que sigue ejerciendo la iglesia católica en parte de nuestro espectro político, mucho más que en la ciudadanía. Las últimas encuestas afirman que el 80% de la población está a favor de poder decidir el final de la propia vida cuando las condiciones vitales sean extremamente negativas y no sean compatibles con una vida digna de ser vivida. Sin embargo la ley que pretendía regular la eutanasia fue bloqueada por el PP y Ciudadanos, y de hecho ya no va a poder hacerse realidad; un intento fallido más. Es curioso que Ciudadanos, tan liberales que se proclaman, estén en contra de que la gente decida libremente sobre el final de su vida, contra el 80% del deseo de la población.

Así pues, en este contexto de política surrealista tan alejada de la ciudadanía, un devoto marido, Ángel Hernández, tras cuidar durante 30 años a su mujer que padecía una enfermedad degenerativa, decide seguir sus deseos y poner fin a su vida de la forma más indolora y rápida posible. Y además se autoinculpa para dar testimonio de la injusticia legal al respecto. Esa noche malduerme en el calabozo en lugar de velar el cuerpo de su esposa, mientras la sociedad mayoritariamente se alza contra la inoperancia de los políticos y sus leyes. Cabe precisar que esta actitud lo único que refleja es amor, algo que ya fue magistralmente tratado en la película Amour, de Michael Haneke, donde un magnífico Jean-Louis Trintignant pone fin a la vida de su esposa paralizada -Emmanuelle Riva-, cuya vida se ha convertido en puro sufrimiento.

Pero habría que ahondar más, e ir a analizar la simplificada idea de la sacralidad de la vida -y de la muerte- de la iglesia católica, que sigue teniendo un gran peso en este país nuestro que se dice laico. La iglesia valora la vida humana -las demás especies le dan absolutamente igual, a pesar de ser criaturas de Dios también- en bruto, independientemente de su calidad: está a favor de la reproducción pero no aborda los problemas de sobrepoblación humana a nivel planetario, que son gravísimos en relación con las condiciones ecosistémicas a las que nos vamos a ir enfrentando; está en contra del aborto, pero no se ocupa de la evolución de esa nueva vida no deseada, por encima de animar a facilitar dinero y pañales; está en contra de la eutanasia y del suicidio asistido pero no del dolor que todo eso le va a suponer al enfermo.

Que no se nos olvide: ayudar a morir es en ocasiones un acto ético, que refleja un profundo amor.