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Teresa Domínguez

Cuando el antimachismo se queda en la fachada

Defender la igualdad y, por ende, combatir la violencia machista es mucho más que convocar minutos de silencio y mantener el gesto compungido mientras se condena en público el último atentado a la vida que copa titulares e informativos. Parece una obviedad, pero bofetadas de realidad como el asunto de Catadau, ese en el que el exalcalde socialista se escribió unas líneas para apoyar públicamente la rebaja de la orden de alejamiento de un asesino frustrado -le clavó 16 veces un cuchillo a su mujer cuando le anunció el fin de la relación; de libro, vamos- nos recuerdan con toda crudeza dónde estamos en esta lucha.

Manuel Bono, el autor de esa infausta carta, no solo está (sigue) convencido de que hizo lo correcto defendiendo el derecho del agresor a ir a comer a casa de sus padres, hasta el punto de que el PSPV ha tenido que expulsarlo porque se negaba a dimitir, sino que su fulminante (y justificadísima) salida del partido ha generado un tsunami de apoyo a su acción de los afiliados que los socialistas tenían en el pueblo, pero también del resto de concejales y grupos políticos. Por no hablar de los vecinos que llevan años mirando de arriba abajo a la víctima por no sé qué clase de afrenta a la masculinidad local. ¿Qué hay detrás del despropósito? Lo de siempre: la pervivencia, tan viva como hace 5.000 años (por poner una fecha; en esto el tiempo pasa tan despacio...) de esa concepción social que defiende que las mujeres, cuanto más calladitas y sosas, mejores esposas son. Que una vez casada (o emparejada, que hasta ahí les llega la modernez, faltaría más), nada de casquivanerías, ni pensamientos propios. Y ojito con quién se habla o se queda. Pues ese es, ni más ni menos, queridos lectores, el reproche a esta víctima. Y a tantas otras. Que tenía celoso perdido al marido, argumentan. Que menudos disgustos se cogía el hombre. Vamos, poco menos que se lo andaba buscando... Y eso, con 16 cuchilladas, propinadas ante su hija de cuatro años, que ya ves tú lo que le debía importar la niña a su padre en ese momento. Imagínense cuando no hay ni sangre. Porque si ya solo es vejación o insulto, apaga y vámonos. Como si hubiera malos tratos duros y blandos...

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