Qué pena, los colegios ficticios, cuando llega el tiempo de la matrícula. Qué lástima, los colegios aparentes, echando sus redes junto a los colegios auténticos para pescar algo en plena generación antinatal. Qué tristeza, los colegios de pega, organizando jornadas de puertas abiertas para disfrazar las mentiras de su mediocridad. Pobres colegios, falsarios de sí mismos, diciendo que se apuntan al fragor de los proyectos y callando que mantienen la disciplina con gritos e insultos; anunciando métodos modernos y ocultando irregularidades académicas; derrochando simpatía y escondiendo anuencias bochornosas.

Los colegios hipócritas, que no dan crédito a sus profesores y asienten como palomos ante los padres arrabaleros, cambian de clase a un alumno con el curso a la mitad. Los colegios fallutos, que presumen de vocación pero sólo aspiran a mantener el pesebre, dejan sin aplicar su propio reglamento. Los colegios falaces, que ponen las notas amenazados con la marcha de sus pupilos, quieren dar el brillo de la novedad y hacen el ridículo del fraude. Los colegios desnaturalizados, que han perdido su esencia entre burocracias inútiles y beneplácitos absurdos, que suman incapacidades y ganan despropósitos, que simulan unidad y viven división, hace tiempo que abandonaron la enseñanza para vagar entre las charcas de la cobardía. Tiéntense la ropa quienes buscan escuela por estas fechas; átense los machos y miren dónde pisan; eviten a todo trance las trampas de los colegios fofos; desconfíen de folletos, escenografías, vídeos, trípticos y demás afeites: no hay mejor credencial para un centro educativo que su impronta en quienes habitaron sus aulas; ni mejor promoción que su integridad y su firmeza en los conflictos cotidianos. Se aflige uno cuando contempla el visaje y la sobreactuación de algunos; cuando escucha sus crujidos en el paroxismo y el tembleque de la contorsión; cuando los ve hundidos bajo el peso de su embuste.

No hay infancia para tanto colegio, y mientras unos hacen de la necesidad virtud, otros fingen estar a la última cuando no han resuelto siquiera sus insuficiencias elementales. La caza de la ratio es un pandemónium de colegios, colegietes y colegiurrios, una batalla campal de coces y mordiscos, una feria de las vanidades en que se muestra la belleza o se garrapiñan las facciones, en que se luce la verdad o se fabrica una carátula. Cuidado, porque se ha levantado la veda en el sector docente y si hay colegios en firme también los hay en falso.