Que la televisión se vive móvil en mano es una realidad desde que las redes son redes. El espacio para compartir se alimenta de lo que sucede en nuestra pequeña pantalla, y en la plaza 2.0 todo se discute, con más o menos elegancia, eso ya depende de la educación de cada uno.

Esta semana París y sus hashtags derivados, eclipsaban cualquier tweet referente al universo televisado de famosos encerrados en directo, al mundo de la pelota o a las reacciones de declaración política de turno.

Algo se contagia cuando acontece un suceso de tal magnitud, un apego de extrema sensibilidad hacia lo lejano que también es cercano. Curiosa actividad la que se vive en las redes sociales que sirven de ancho campo de plañideras en masa, donde llorar la inesperada ausencia de la catedral a 1.377 kilómetros de distancia. Precisamente el trecho es nada con 280 caracteres de carácter global y un enorme muro de imágenes con los que hacer visible una pesadumbre que parece más intensa cuando se publican pruebas gráficas de yo estuve allí. Algún sociólogo tendrá que abrir un hilo de reflexiones sobre la intensa hipersensibilidad que provoca un símbolo occidental perjudicado, lo de Oriente parece que es otra cosa. Aquí se opina y se sigue al milímetro cualquier novedad en el suceso: la aguja que cae, el dron de la policia, la evaluación de los bomberos y los testimonios in situ; también las declaraciones de Macron y las del resto de líderes que reconfortan con sus palabras al pueblo apagado, ávido de ánimo y esperanza cual familiar que espera en la sala de un hospital las noticias del paciente allegado.

Cuando me enteré de la tragedia no me equivoqué, visualicé al jorobado de Disney por todas partes, llorando por su casa calcinada, que hoy es más de todos, así fue...

Nueve siglos de historia calcinados bien valen un sollozo de Quasimodo y de medio planeta, que ya el dolor cada uno lo viva como quiera, en tweet público o mensaje privado, hacia dentro.