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El criterio ha de ser periodístico

No me creo a los indecisos, como en su momento no me tragué la existencia del centro ideológico. Que alguien vaya a determinar en las dos semanas previas a la cita con las urnas el sentido de su voto me parece una quimera en los tiempos que corren. La campaña electoral, la pegada de carteles, los mítines, los debates televisados. Todo es vintage, muy siglo XX. Ni el panorama político ni el acceso de la ciudadanía a la información relevante para conformar su opinión se parecen a los que existían cuando se redactó la ley electoral española. Sin embargo, ahí seguimos. En el país de Cuéntame. Permitiendo que un grupo de magistrados, catedráticos de sociología o derecho y otros altos funcionarios decidan cuáles son los contenidos que los espectadores merecen recibir, según su interpretación de una norma obsoleta y las sucesivas instrucciones que la han remendado, igualmente sobrepasadas. Los medios de comunicación públicos se ven obligados a cronometrar los tiempos que dedican a cada partido, repartiéndolos en función de los resultados obtenidos en las últimas elecciones, y dejando de lado el interés de la noticia. Este atropello a la independencia de la profesión periodística, que dura décadas, suma y sigue.

Apelando a algo tan interpretable como el "respeto a los principios de proporcionalidad y neutralidad" que se exige asimismo a los medios de titularidad privada desde 2011, la Junta Electoral ha prohibido el debate a cinco que Atresmedia preparaba con la participación de los cabezas de cartel de PP, PSOE, Ciudadanos, Podemos y Vox. La inclusión de este último partido, sin representación parlamentaria en la actualidad, fue impugnada por PNV, Coalición Canaria y ERC, excluidos del plató aunque sí tienen escaños. El argumento del interés informativo de contar con la fuerza de extrema derecha que según todas las encuestas irrumpirá con fuerza en el Congreso no le ha servido a la cadena, al contrario de lo que ocurrió hace cuatro años con Podemos. Así que habrá un debate a cuatro porque lo han decidido catorce señores que ni entienden, ni ganas, de hechos noticiosos, de formatos, de audiencias, de cambios sociológicos radicales que merecen atención, ni de la libertad que cada cual tiene de cambiar de canal si no le apetece escuchar a determinado candidato y prefiere ver Juego de Tronos. Podría haber sido un debate a nueve, o a quince, y prolongarse hasta el infinito como una final de La Voz, y todavía quedaría fuera alguna sigla. Cuanto más aburrido, mejor para quienes pescan en los caladeros de la ignorancia y la apatía. Ahora los participantes, que no habían puesto objeciones al intercambio de propuestas con Vox, deberán decidir si la cita sigue en pie en la cadena privada, o si la celebran en la pública, que propuso un debate a cuatro por imperativo legal. El presidente Pedro Sánchez ya se ha descolgado e irá solo a TVE.

El reparto de tiempos no funciona, y no es bueno porque libra a las empresas periodísticas de responder ante la audiencia de los criterios que siguen y de los productos que ofrecen. El periodismo ni está ni se le espera en la ecuación electoral. El panorama hoy no es el de hace cuatro años, lo diga la Junta Electoral o el Papa, pero la discusión no puede avanzar al compás de los acontecimientos. Luego no nos extrañemos si algún elector sorprendido nos dice que no los vio venir.

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