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Matías Vallés

Todos quieren debatir a Sánchez

Sánchez ha contraprogramado a La Sexta, que empieza a aburrir con su presunción de inocencia monopolística. Para evitar la imagen acusadora de la silla vacía a su nombre, el presidente acudirá a un debate escamoteado por la Junta Electoral Central, pero desde otra cadena que se sintió agraviada al ser postergada y todavía más ofendida al ser elegida. Se multiplican las presiones sobre el presidente del Gobierno, olvidando que un renacido de los infiernos está curado para siempre de espantos. No ha aprendido a rectificar, se regocija enmendándose la plana.

La rabia de los candidatos en diferido demuestra su nimiedad. Casado, Iglesias y Rivera se han convertido en operadores circunstanciales, satélites que reflejan la luz del astro rey. La campaña se ha bifurcado en el presidente del Gobierno junto a Vox por un lado, y los demás por otro. De ahí que todos quieran debatir a Sánchez, para provocarle una melladura en la consolidación progresiva de los sondeos. Hasta el ultraliberal The Economist aboga hoy por una mayoría suficiente del candidato socialista, que no debe serlo tanto.

Si Sánchez se debatiera a solas en una televisión, mientras sus rivales se estrangulan en la cadena vecina, ¿adónde se dirigiría la audiencia dictatorial? Ni el PP espera una sorpresa de Casado, pero incluso los enemigos declarados de Iglesias y Rivera han de lamentar su pérdida de fulgor. Se han degradado a subsidiarios del presidente del Gobierno sin partido, del hombre que ha perdido todas las elecciones incluso andaluzas a que se ha presentado, pero que adquirió el rango de invulnerable en unas primarias. El árbitro de unas elecciones no ha de notarse, y la Junta Electoral ha adquirido un exceso de visibilidad. De ahí que Sánchez haya empuñado el cetro del mando a distancia, para programar la obviedad de que el Rey Sol solo debe participar en un debate. Sus rivales a nadie importan.

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