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La 'trencà de perols' y el bullicioso desfile de Resurrección

A las doce de la noche del Sábado de Gloria, cuando voltean las campanas de las iglesias de los poblados marineros de la ciudad, la tradición manda arrojar por la ventana pozales de agua y lozas envejecidas de la cocina, como una manifestación de alegría por el acontecimiento de la Resurrección de Jesús, signo y símbolo de acabar con lo viejo, lo malo, lo caduco, lo negativo, lo muerto, lo sin vida, y comenzar una nueva etapa en la vida, despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo, pura teología paulina.

En la Carta a los Colosense queda claro que los cristianos por el bautismo participan de la Muerte y Resurrección de Jesús. Resucitan a una vida nueva, por lo cual deben despojarse del «hombre viejo» y «revestirse del hombre nuevo». Sólo deben contar con «Cristo que es todo, y está en todos».

Hay curas que no creen -incluso están en contra- de la popular Semana Santa Marinera, toda una catequesis acorde y coherente con nuestra antropología barroco-mediterránea por entender es folklore y parafernalia de pasarela. Curas que, pretendidamente puristas de la religión, tienen sus templos casi vacíos, mientras que lo criticado por ellos llena calles y plazas de gente haciendo memoriales de los grandes y difíciles de explicar misterios de la Mort, Passió i Ressurrecció de Jesús.

Esa increencia clerical en la manera de interpretar los Evangelios el pueblo llano, la base, choca frontal y estrepitosamente con lo que proclama Roma en el «Directorio sobre piedad popular y liturgia»: «La piedad popular tiene un sentido casi innato de lo sagrado y de lo trascendente.»

Por su parte, la constitución sobre la Liturgia «Sacrosanctum Concilium» advierte que no se puede despreciar las expresiones religiosas populares, pues la piedad popular es también «una realidad eclesial, promovida y sostenida por el Espíritu», y que produce frutos de conversión y de santidad.

La Semana Santa Marinera de Valencia es una teología narrativa culturalmente mediterránea de la Biblia, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, que acaba con el «final feliz» de la Resurrección, el paso a la vida definitiva, pues la muerte no es la última palabra en la concepción cristiana de la vida. «Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe es ilusoria», dice san Pablo. (I Cor,15,17).

Si Jesús no hubiera resucitado, sería un fracasado. Hay dolor, opresión, esclavitud, muerte en este mundo, en esta vida,€ pero hay esperanza, liberación, salvación, una ciudad celeste tras esta terrestre. Jesús crucificado, que lo apostó todo por los seres humanos, resucita, sale de sus limitaciones histórico-temporales. Y su destino es el de todos, el cielo nuevo y la nueva tierra. Todos reunidos en Dios.

En la Resurrección de Jesús está concentrada toda la fe cristiana. Jesús es el camino que conduce a la vida definitiva, a la Resurrección. El seguimiento de Cristo es por tanto la esperanza de los cristianos, su suerte está ligada a la suya. Ello es motivo de alegría y gratitud, que el pueblo experimenta, porque ha captado bien la idea y lo manifiesta en una sentida, emotiva y viva teología popular, entre otras exteriorizaciones y proclamaciones públicas en nuestra ciudad a través, entre otras formas, de la «trencà de perols en la nit de glòria», del canto de «ratons i ratetes ixcau del forat que Nostre Senyor ha ressuscitat» y en el bullicioso desfile de Resurrección del Domingo de Pascua de nuestros barrios marineros, o de los emocionantes y bullangueros Encuentros de los pueblos. Siempre, eso sí, en los días que la meteorología no lo impide.

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