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Cuando arden las iglesias

El incendio de Nuestra Señora de París ha conmocionado a la opinión pública mundial. Hemos vuelto la mirada sobre el patrimonio histórico y su salvaguarda, mientras las noticias informan de un apasionado debate en nuestro país vecino al hilo de la inmediata restauración de la gran catedral parisina, sobre los condicionantes estilísticos y tecnológicos a acometer, y también de una interesante controversia sobre los fondos a recaudar para tal fin, incluyendo el tratamiento fiscal que deben recibir las donaciones, que no se han hecho esperar por parte de importantes empresas francesas como Louis Vuitton, L'Oréal o el imperio Pinault (FNAC, La Redoute, Puma, Balenciaga€).

La triste contingencia también ha difundido la figura del arquitecto Eugène Viollet-le-Duc, el responsable del milagro gótico francés, dado que fue él y su racional y a veces atrevida reinterpretación de la arquitectura medieval en el segundo tercio del siglo XIX, quien nos legó la definitiva imagen que tenemos del gótico. Téngase en cuenta que la mayor parte de las colosales edificaciones góticas que conocemos -también las españolas- estaban inconclusas o abandonadas hacia el 1900, y se terminaron al hilo del movimiento romántico europeo que rescató el gusto por el medioevo.

Al genio de Viollet-le-Duc debemos, por ejemplo, el aspecto final de Vézelay y del casco histórico de Carcasona, así como el de la catedral de Amiens y, en especial, el de Notre-Dame de París. Suyas son las gárgolas famosas sobre las que el imaginario sitúa a Quasimodo y suya la enorme aguja de 96 metros que se desplomó con suspense esta semana pasada. Viollet-le-Duc representa, en definitiva, la corriente historicista de la arquitectura, en clara contraposición a la línea moderna que defiende las intervenciones neutras y funcionalistas.

De lo que no cabe duda es de que el incendio de la seo parisina ha estremecido la piel de millones de europeos, identificados con un monumento que han sentido como suyo, perteneciente a un numen colectivo y transnacional. Pues hoy en día y más allá de las creencias religiosas y los usos diversos de los edificios, los hitos arquitectónicos que recrean la historia se transforman en el obligado sentimiento del viaje turístico, que dicho sea de paso constituye la principal actividad lúdica y fuente de conocimiento del ciudadano contemporáneo.

Asistimos, por tanto, a una metaformosis funcional mientras definimos un sistema de creencias basado en una religiosidad mucho más light -personal y a la carta- junto a un semilaicismo que ha de ser respetuoso y analítico con el pasado y la herencia recibida. Por eso el DAES bombardeó los templos sirio-romanos de Palmira, porque al hacerlo turbaba tanto el sentido como la sensibilidad de la cultura occidental actual.

Particularmente significativa ha sido también la reacción solidaria de la canciller alemana, Angela Merkel, nada más conocerse la magnitud del incendio en París. Hay que recordar llegados a este punto que, cien años antes, cuando los estados mayores del ejército francés y del prusiano teorizaban una rápida victoria y terminaron enfangados en las trincheras de la Picardia, la guerra entre ambos se llevó por delante buena parte del patrimonio gótico francés. La opinión pública gala malhablaba del pueblo alemán, al que se despreciaba de un modo xenófobo, mientras en Alemania diversos mariscalotes propugnaban sembrar el terror entre la población civil para que esta presionase a su gobierno en pos de un armisticio favorable.

Comenzaron entonces los bombardeos indiscriminados de las retaguardias, primero con pequeñas bombas lanzadas manualmente y después con ametralladoras incorporadas a los frágiles aeroplanos de entonces. Amiens, Laon, Arras o la belga Yprés sufrieron pérdidas patrimoniales terribles.

Pero fue Reims la que simbolizó entonces los desastres de la destrucción bélica, pues su catedral, donde tradicionalmente se coronaban los monarcas francos, fue cañoneada por las tropas del káiser alemán en su retirada de la ciudad, aduciendo que desde los campanarios el ejército francés observaba sus movimientos, aunque en su interior permanecían numerosos soldados germanos heridos que murieron abrasados por el fuego.

La catedral de Reims, convertida en mártir, se transformó en todo un mito, del que hablaría precisamente en uno de sus artículos Manuel Azaña tras visitar las ruinas en 1917. Tres décadas después, Azaña vería con horror como ardían las catedrales españolas en el preludio de la guerra civil.

No resultó extraño en aquel contexto que los Rockefeller ayudaran a la reconstrucción de Reims, y que cuando esta terminó, en julio de 1962, se oficiara una misa a la que acudieron el general De Gaulle y el canciller Konrad Adenauer, y que allí sellasen la reconciliación francoalemana y que de la misma surgiese el espíritu de la Unión Europea.

Pero como glosan las crónicas del 50 aniversario de aquella memorable misa en la que De Gaulle no comulgó para no desvelar en público sus devociones particulares dado que se sentía representante de un estado laico, aniversario celebrado en 2012 y al que acudieron la propia Merkel y François Hollande, los nietos de Adenauer y De Gaulle militan hoy en partidos euroescépticos.

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