Ha sido un reconfortante soplo de aire fresco. En los últimos meses se han constituido grupos y plataformas de estudiantes, con clara implicación de movimientos igualitarios, que piden -exigen, con toda razón- a nuestros políticos mayor implicación en la puesta en marcha de acciones de lucha contra el cambio climático. Comentaba estos días, con orgullo, con algunos compañeros que estos jóvenes están haciendo lo que otros no hemos sabido o no hemos querido iniciar, por acomodo o cobardía. Estos movimientos desmontan la idea de pasividad y falta de implicación que se achaca últimamente a la juventud de nuestro país. Los jóvenes tienen las ideas claras. Puede ser que no las manifiesten con la insistencia o radicalidad que era frecuente en los años setenta y ochenta del siglo pasado. Pero saben lo que quieren. Y están formados para poder exigirnos este tipo de demandas, que son racionales, coherentes y sensatas. Unas demandas que persiguen el bien común a largo plazo, la búsqueda de una sociedad mejor, más igualitaria, justa y ecológica. En algunos países, este tipo de acciones de defensa ambiental supone jugarse la vida, porque se lucha contra intereses económicos muy poderosos. Basta mirar al espacio iberoamericano que registra anualmente victimas mortales por estas causas. Aquí, en Europa, el problema es la desmotivación, la desmovilización que manifiesta la sociedad, seguramente porque no cree que la política vaya a solucionar la cuestión. Por eso es tan interesante y necesario este movimiento juvenil de lucha contra la pasividad de los gobiernos ante un problema que, si no se hace desde ya, sufrirán ellos en todos sus extremos en el futuro próximo. Ellos no lo quieren. Por eso hay que pasar a los hechos, como nos exigen, con todo derecho y razón.