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¿Cuántas naciones: una, dos, tres...?

Durante el debate electoral a seis, del martes pasado en Televisión Española, Cayetana Álvarez de Toledo, la candidata de PP por Barcelona lanzó la endemoniada pregunta del encabezamiento a María Jesús Montero, que estaba en representación del PSOE.

No conozco a nadie que esté en condiciones de responder a ella con suficiente capacidad de convicción para una mayoría de españoles, entre los que me encuentro. La sensación que queda es la perplejidad. Cuando pensábamos que los vectores que definían la elección, uno el tradicional derecha-izquierda y el otro ortogonal a él, periferia-centralismo, resulta que la derecha defiende una corrección centralista, mientras la izquierda propone avanzar más en la descentralización autonómica. La gran diferencia entre ambas dimensiones consiste en que un gobierno de izquierda puede sustituir sin grandes dificultes a uno conservador, o viceversa, sin grandes transformaciones institucionales, sin embargo un cambio en el eje autonomía-recentralización tiene efectos más profundos para la arquitectura institucional. Distinguir constitucionalmente entre territorios es mucho más difícil que cambiar gobiernos por radical que sea el cambio. Cualquier sorpresa que pueda darse el próximo día 28 se explicará por el distinto peso entre estas dos pulsiones. Los partidos independentistas defienden su marca asegurando que serán el respaldo de la izquierda estatal, mientras que inclusos los centristas ponen como límite insoslayable la política territorial que propone el PSOE de Pedro Sánchez. No es lo ideológico lo que prima, sino lo institucional y su relación con el número de naciones.

Volviendo a la pregunta usada como arma arrojadiza, señalar que el armazón de estas discusiones televisivas no está pensado, por parte de los participantes, ni tampoco por los organizadores, para dar respuestas reflexivas. La pregunta se perdió entre las muchas invectivas que aparecieron, lo que explica que ninguna respuesta pudiera conseguirse de la representante socialista, que se defendió con la mayor solvencia que su programa electoral le dejaba. En la continuación del debate, el representante del PNV si movió pieza, dejando clara su opinión y en consecuencia su ejecutoria política, pasada y futura, que en el Reino de España hay dos naciones, Euskadi y Cataluña. Por pura operativa, propia de una partición en teoría de conjuntos, la afirmación obliga a suponer que en el Reino de España existe una tercera nación que, a falta de mejor denominación, obedece a la idea de «resto de España» que siempre tiene algo de franquista en el subconsciente de los «otros nacionales». A estos efectos el representante vasco, hablo de bilateralidad.

Cada palabra tiene su semántica; si está se desprecia y cada ciudadano se siente libre de adaptarla a sus sentimientos propios, se rompe cualquier posibilidad no sólo de diálogo sino de comunicación racional entre ciudadanos. Sin ánimo de dar lecciones a nadie, recordar lo que se entiende por bilateralidad y por nación.

En el derecho, bilateralidad se refiere a las normas jurídicas cuyas características dan derechos y establecen obligaciones a la vez, para dos partes en situación de igualdad que intervienen en el acto jurídico. Por ello tiene sentido hablar de contratos bilaterales, modificaciones bilaterales, derechos bilaterales y obligaciones bilaterales. Cuando se habla de unilateralidad por parte de la Generalitat Catalana, se dice en realidad que había un acuerdo previo y que este se rompió conscientemente por una de las partes. Insistiendo en lo oído en el debate, una posible y futura Constitución del Reino de España, deberá ser un contrato entre dos partes, el «resto de España» por un lado y por otro el País Vasco, que debería incluir una buena parte de la actual Comunidad Autónoma de Navarra.

Respecto al término nación (Wikipedía «dixit») «en sentido amplio es una comunidad histórico-cultural con un territorio que considera propio y que se ve a sí misma con un cierto grado de conciencia diferenciada de los otros. El sentido moderno de nación nace en la segunda mitad del siglo XVIII, tanto en su concepción de «nación política» o «cívica», como conjunto de los ciudadanos en los que reside la soberanía constituyente del Estado, como en su concepción de «nación orgánico-historicista» o «esencialista», como una comunidad humana definida por una lengua, unas raíces, una historia, unas tradiciones, una cultura, una geografía, una «raza», un carácter, un espíritu etc., específicos y diferenciados».

Al particularizar el concepto de nación a España, la enciclopedia digital, añade: «La evolución social y política de Europa hacia finales del siglo XIX hace eclosionar en España multitud de movimientos nacionalistas, la mayoría de ellos basados en razones históricas, culturales y lingüísticas (por ejemplo, en contraposición con Suiza). Tal es el caso especialmente del País Vasco y Navarra, Cataluña, Galicia y en buena medida, la Comunidad Valenciana (denominado País Valenciano por los nacionalistas valencianos) las islas Baleares y Andalucía, cuyos movimientos nacionalistas surgieron a fines del siglo XIX y se acrecentaron especialmente tras la dictadura de Francisco Franco con el surgimiento de la democracia».

Ignoro cuanto de estos conceptos pesaran en el voto del 28-A.

La pregunta del título y la desazón correspondiente que produce no poder contestarla con rigor, tuvo una melancolía adicional el martes, cuando trascurridas 24 horas del incendio de Notre Dame, envidiábamos, en el fondo, la reacción solidaria de la ciudadanía francesa. De hecho la envidia venía de muchos días antes, cuando sabíamos que a la misma hora y día en la que la catedral se quemaba, Macron iba a dar a conocer los resultados del Gran Debate que ha abierto el gobierno galo con motivo de la crisis de los chalecos amarillos.

En Francia sus ciudadanos y políticos han puesto en entredicho muchos conceptos considerados basales hasta hace dos segundos, pero no han tenido que preguntarse por el número de nacionalidades que albergaban. Su historia es tan desgarrada y bélica como la nuestra, sin embargo no han tenido necesidad de preguntarse por la bilateralidad planteada en sus territorios. Allí la respuesta a la pregunta es: una. Maldito franquismo con su UNA, GRANDE y LIBRE.

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