Yo es una profecía, sino el sistema de trabajo de Jack Ma, fundador y magnate del gigante del comercio electrónico Alibaba Group, quien pregona una jornada laboral de doce horas diarias -de 9 a 21 horas- durante seis días a la semana. El susodicho considera «una gran suerte» (sic) para sus empleados esta explotación camuflada de glorioso sacrificio, e incluso alega sin rubor que o te sumas a tamaña esclavitud o «ni te molestes en unirte». Uno desconfía sistemáticamente de los empresarios. Si lucen corbata, todavía más. Detrás de cada corbata hay un gran látigo. Hoy se edulcora el abuso laboral y todo resulta sutil, difuso. Por eso la derecha demoniza a los sindicatos. Con todo, prefiero un sindicalista, sea cual sea su condición, a cualquiera de estos ricachones mandamases fustigadores de la dignidad del ser humano. Hay que tener suma jeta, desvergüenza y porquería moral -si acaso la conocieren- para ofrecer una jornada laboral de 72 horas semanales. Y tener la conciencia tranquila, claro.

El (des)orden mundial está plagado de tipos como Jack Ma. Les debemos que se carguen el sistema, por cierto. Como saben que la escucha tiene una dimensión política, fomentan la desunión, anulan la empatía, animan a autoexplotarse. De esto sabe un rato el filósofo Byung-Chul Han: «cada uno se culpa a sí mismo de su endeblez y de sus insuficiencias. No se establece ningún enlace entre mi sufrimiento y tu sufrimiento». Se privatiza el miedo, la desolación, la sociabilidad. Trabajo a destajo, sin espacio para ti. Trabajo basura, sin espacio para tu autoestima. Trabajo precario, sin espacio para la independencia económica. Se diluye el discurso contra la precariedad y se amplía el relato que santifica el sacrificio, la renuncia, el trabajo de sol a sol unido a salarios detritus. Pues miren, quien esto firma entiende que el trabajo ya casi nunca dignifica. Pregúntenselo a las kellys, a las aparadoras de Elche o las jornaleras y jornaleros de a pie. Sufren la miseria y la explotación laboral porque en este país cuesta mucho fruncir el ceño. En cambio, ¡aplaudimos las ocurrencias y majaderías de empresarios opresores!

Frente al 9-9-6 -de nueve a nueve, seis días a la semana- propugno un 9-2-4, pongamos por caso. Jornada laboral de 9 a 14 horas durante cuatro días. Ni un solo contrato debería sobrepasar ese límite. Por supuesto, el salario mínimo interprofesional rondaría los 1.200 euros. Alguien considerará que deliro. O que lo mío es utópico, irrealizable. Es lo que tiene la ideología conservadora y burguesa: piensan que nosotros, los proletarios marxistas, sólo decimos sandeces. Por el contrario, ya saben, un opresor acaudalado como Jack Ma pone de moda la esclavitud y ocupa todas las portadas del planeta. Me quedo con Z. Bauman en Amor líquido: «ya no hay relaciones, sólo hay conexiones». La alternativa supone relaciones de calidad, saludables. Conciencia de clase, lucha, más filosofía y, como diría el maestro J. J. Millás, «tacto, uno de los mejores ansiolíticos que está desapareciendo de nuestros hábitos comunicacionales».