El 22 de abril celebramos el 49 aniversario del Día de la Tierra. El año que viene se cumplirá, pues, medio siglo de celebraciones del “Día de la Madre Tierra”, tal y como lo denominó su creador e impulsor el senador demócrata Gaylord Nelson, fallecido en 2005.

Lo que este político no llegó a imaginar es que esta celebración tendría cada vez menos que celebrar, pues año tras año -y muy aceleradamente en las últimas dos décadas - la “Madre Tierra” está cada vez más enferma, con más fiebre, menos flora y fauna, más gases de origen industrial, más sobreexplotada por una muy impactante agroindustria intensiva y el desaforado crecimiento de una ganadería que absorbe ingentes recursos de agua, directa e indirectamente, para satisfacer la demanda de la creciente población del planeta. Una Tierra sacudida por fenómenos climáticos extremos nunca vistos, con el casquete polar ártico en constante retroceso, la franja de desiertos en expansión, y unos recursos hídricos cada vez más escasos. Hechos indiscutibles que dan cuenta de la gravedad del proceso.

Es seguro que Gaylord Nelson habría visto con satisfacción que en la edición de 2016 de su Día de la Tierra, 175 países (luego se adhirieron 9 más) ratificaran en la sede de Naciones Unidas en Nueva York los Acuerdos de París, firmados un año antes en esta capital. Un histórico conjunto de compromisos encaminado a reducir la emisión de gases de efecto invernadero, limitar el calentamiento global y reducir el actualmente existente. Y le habría decepcionado profundamente que un año después su país, segundo emisor de CO2 del mundo, abandonase los acuerdos para -según el presidente Trump- favorecer la industria americana del carbón y del petróleo, argumentando que él ha llegado a la presidencia para poner a los habitantes de Ohio o Pensilvania por delante de los de París (sic). Nuevamente el populismo engaña a quienes se dejan, haciéndoles creer que el futuro está en el pasado: en el carbón, el petróleo, las fronteras y las esencias nacionales, ocultando irresponsablemente que está en las renovables y la sostenibilidad, la cooperación y el multilateralismo.

Antonio Guterres, secretario general ONU advierte al mundo de la extrema gravedad de la situación y ha convocado una cumbre del clima para el 23 de septiembre de este año 2019, con objeto de concretar las medidas que han de desplegar los países para dar cumplimiento a los acuerdos de París. Por cierto, los países signatarios no han avanzado nada hacia los objetivos, desde que lo firmaron.

El señor Guterres hace ver a los estados miembros que siendo el cambio climático el principal reto global de nuestro tiempo (diga Trump lo que quiera), representa también una oportunidad de desarrollar una economía importante y prometedora alrededor de las medidas a adoptar para paliar y revertir sus efectos, cuando esto sea posible.

La aportación de tecnología, investigación, ciencia, e innovación industrial que va a exigir el cumplimiento de los Acuerdos de París, es realmente ingente. Requerirá especialidades formativas hoy incipientes o inexistentes, en todos los ámbitos, desde la Inteligencia Artificial a la agroindustria; la edificación, movilidad, generación de energía, desarrollos de nuevos materiales, de nuevas tecnologías de recuperación de aguas, gestión de residuos o embalaje y conservación de alimentos. Precisará acuerdos colaborativos entre naciones para encontrar estas soluciones, que lo son para un planeta de todos.

Es pues estúpidamente falso el dilema “o ecología o economía”. La preservación del medio ambiente no es el freno de la economía, salvo de aquella que consiste en destruirlo.

Es difícil imaginar cuán extenso será este nuevo ámbito del conocimiento que los humanos vamos a tener que desplegar para no desaparecer en un planeta tan larga e intensamente maltratado, pero tiene razón el señor Guterres cuando asegura que el problema del cambio climático, aún en su extrema gravedad, o precisamente, por ella, es a la vez una oportunidad para crear un marco productivo y de conocimiento mejor que el actual.

En paralelo a estas reflexiones, no puedo dejar de lamentar que la ciudadanía mundial asista a estas conmemoraciones con la mirada impasible de un espectador indiferente ante un espectáculo que tendría que llamar a la conmoción colectiva.

Si salvamos la esperanzadora paradoja de Greta Thunberg, que con sus 16 años y su determinación está dando una lección al mundo, la generalizada pasividad ciudadana, ante el problema, especialmente en nuestro país, debería producir, por lo menos, decepción.

En los 100 años transcurridos desde 1916, cuando nació Gaylord Nelson, hasta 2016 en que se ratifican los Acuerdos de París se ha producido un daño ambiental acumulado que posiblemente sea en su mayor parte irreversible. Aún no lo sabemos. Y la parte reversible lo sería en siglos, siempre y cuando hagamos con urgencia los deberes de los Acuerdos de París. El nivel medio del mar en esos 100 años ha ascendido 19cm. De seguir así, esa cifra pasará a cerca de 60cm a finales del presente siglo. ¿Qué fuentes manejan los negacionistas-populistas? ¿Los visionarios de un futuro de carbón y petróleo?

Según datos recientemente publicados del Observatorio Español del Autoconsumo Fotovoltaico*, el 50,4% de los encuestados ** se declara muy preocupado por el problema del cambio climático. Eso significa que la mitad de la población representada por esta muestra, no lo está. Y uno puede preguntarse qué tiene que llegar a pasar para que los que se declaran muy preocupados lleguen a ser el 80% o el 90%.

El 28% de la muestra se consideran comprometidos, es decir, que entienden que deberían hacer algo a nivel individual, que no cabe pasarle la pelota al gobierno de turno, y el 16,4% dice que están decididos a instalar en su chalet módulos fotovoltaicos para reducir su consumo eléctrico de la red en favor de la energía generada limpiamente.

Son cifras interesantes que vienen a confirmar las declaraciones del señor Guterres referentes a la actividad económica que vendrá aparejada a la lucha contra el cambio climático. Traduciendo los datos del mencionado Observatorio a los ámbitos económico, medioambiental y social, nos encontramos que en España y en un segmento de mercado tan específico como el de las instalaciones fotovoltaicas individuales domésticas (aparte las comerciales o industriales), puede alcanzar en tres años la cifra de 320.000 instalaciones, con un valor de unos 3.000 Millones de €, una generación de 8.000 nuevos empleos especializados para atender la nueva demanda, y la nada despreciable cifra de reducción de emisiones de 900.000 TM de CO2, equivalente al trabajo depurador que tendrían que hacer 1.800.000 árboles si ese volumen de CO2 se vertiese a la atmósfera.

En resumen, sí se pueden tomar medidas individuales que sumen fuerzas para luchar contra el cambio climático. Cada tonelada de CO2 que se evita, es importante y cuenta. Hay mucha gente que ya aporta su esfuerzo, por ejemplo, reciclando y, mucho mejor, dejando de usar plásticos y envases no reutilizables. Otros están dispuestos a aportar su dinero sustituyendo su coche por uno eléctrico, o mediante instalaciones de autoconsumo fotovoltaico en sus casas (en realidad, están haciendo una excelente inversión desde el primer momento). Pero lo que aun no ha llegado, y es imprescindible, es la conciencia colectiva de la urgencia, requisito previo para toda acción eficaz. Los signatarios de los Acuerdos de París no han hecho nada desde la firma sencillamente porque los ciudadanos no les presionamos, no salimos a la calle a exigirlo; porque su propuesta medioambiental es un apéndice que nadie lee, de un programa electoral que nadie lee.

Estamos inmersos en plena campaña electoral. En el momento de escribir estas líneas, no parece que este sea un tema lo suficientemente importante para los candidatos a gobernar nuestro país en los próximos 4 años, que se me antojan críticos. Lo reflejado en alguno de los programas es manifiestamente ambiguo y exento de compromisos concretos.

Los ciudadanos deberemos acelerar los cambios.