Al filo de unas elecciones de vértigo en las que aparentemente podría pasar cualquier cosa o que todo podría decidirse en el último momento, no está de más parar un poco y flexionar acerca de lo que nos jugamos. Quizá porque, a pesar de lo que dicen las encuestas, lo tenemos más claro de lo que parece, al menos ideológicamente. Decimos que estos comicios se juegan entre dos bloques, derecha-izquierda, pero en realidad se trata de dos modelos políticos muy diferenciados. Lo que cabe preguntarse es cuál de ellos queremos que lidere a la sociedad. La cara y la cruz de las próximas elecciones.

En la Comunitat Valenciana, la experiencia del tripartito del Botànic que ha gobernado durante esta legislatura que ahora termina, ofrece la posibilidad de contraponerlos desde la gestión de estos cuatro años frente a los veinte de gobiernos populares.

Porque esto va de qué modelo de desarrollo urbanístico queremos para nuestra comunidad: insostenible y depredador como el que llevó a cabo el PP reclasificando millones y millones de metros cuadrados de suelo para construir viviendas en muchos casos innecesarias, frente a un concepto del urbanismo respetuoso con el medio ambiente y con el territorio que, por ejemplo, entiende que la vivienda es ante todo un derecho.

Porque esto va de qué modelo sanitario queremos para nuestra comunidad: si apostamos por una política sanitaria privatizadora -Alzira, Dénia, Manises- o un sistema sanitario en el que se anteponga la calidad y fortaleza de los servicios públicos priorizando los intereses de la sociedad frente al de las empresas.

Porque esto va de qué modelo educativo queremos para nuestra comunidad: la defensa y atención a la educación pública en todas sus dimensiones -incluida la concertada- o un modelo que defiende casi de forma exclusiva a una parte minoritaria del sistema educativo como son los centros privados y cuyo legado en relación a las inversiones para la construcción de centros públicos se llama Ciegsa.

Porque al final, esto va de hacer política o de utilizar la política. Y, parece razonable pensar que cuatro años en el gobierno no son suficientes para culminar el cambio de rumbo que la mayoría de valencianos y valencianas trasladaron con su voto en mayo de 2015. Como también parece razonable pensar que cuatro años de oposición no es suficiente penitencia para un partido como el PPCV cuya gestión, todavía hoy, se muestra muy cuestionada política y judicialmente. Es mucho lo que está en juego: dar una nueva oportunidad al Botànic para que pueda continuar en esa línea de cambio o volver al pasado reciente con el agravante de hacerlo abrazándose al partido ultraderechista Vox.

Reconozco que no es nada original decir que el Acuerdo del Botànic es un ejemplo en dos sentidos: en cuanto a la gestión y políticas públicas llevadas a cabo y en relación al entendimiento de tres partidos con sus singularidades. En el segundo caso, un éxito del que, en mi opinión, es en gran parte responsable el president Ximo Puig. Porque ha sido capaz de imprimir un carácter dialogante, paciente, alejado de la polémica y con una importante disposición para alcanzar consensos. Valores que actualmente se muestran más necesarios si cabe teniendo en cuenta este nuevo contexto caracterizado por un electorado que prefiere parlamentos más plurales, más fragmentados. En tiempos de incertidumbre, y teniendo en cuenta lo que nos estamos jugando, Ximo Puig es el político sereno y seguro que ha demostrado sobrada capacidad para estar al frente de la Comunitat Valenciana, liderando un programa de progreso de forma moderada y desde la diversidad política.