Ahora que termina la legislatura en la Generalitat, conviene hacer una mínima reflexión sobre la gestión realizada por la Conselleria respecto de la caza. Si pudiéramos resumirlo en una sola idea, tal vez la que más se aproxima al contexto es que, prácticamente, todos los prejuicios e ideas preconcebidas con las que se inició el mandato se han ido deshaciendo como un azucarillo, por la tenacidad de los hechos y la fuerza de la razón.

Como teorizó el filósofo Max Weber, al diferenciar entre la «ética de las convicciones» y la «ética de la responsabilidad»: una cosa son las creencias que un político tiene antes de asumir la responsabilidad de la gestión y otra muy distinta cuando se tiene que enfrentar a ellas, que es cuando verdaderamente se da de bruces con la realidad de las cosas, tal y como son, y no como se las había imaginado.

Y esto es precisamente lo que ha ocurrido en el ámbito de la caza. En un principio se observó claramente que la Administración comenzó su legislatura cargada exageradamente de prejuicios, convicciones utópicas y mundos idealizados, que solo pueden mantenerse desde posicionamientos urbanitas y de ficción alejados por completo de la realidad del mundo rural y de la España vaciada. Quiero recordar que se estudiaron medidas tan extravagantes e ineficaces, además de costosas, como la esterilización de la caza mayor, uso de trampas para familias de jabalís -por cierto, nada selectivas- para luego sacrificar igualmente a esa fauna capturada, restricción y prohibiciones cinegéticas de todo orden, o acabar prácticamente con el perro de caza y cualquier animal de trabajo a través de una ley de bienestar animal hecha para negocio de unos pocos. Eso por no hablar de la amenaza constante de una ley de caza que iba a empeorar las posibilidades de gestión cinegética y por tanto, medioambiental, y en cierto modo estigmatizar al colectivo, la no gestión cinegética de los montes públicos, y otras marcianadas por el estilo.

Sin embargo, la clarividencia que ofrece el conocimiento concreto de los hechos, hizo que toda esta realidad paralela en la que vivían los políticos fuera desmoronándose. Cuando conocieron los incrementos exponenciales de animales de caza mayor en todo nuestro territorio, las plagas de conejos, los innumerables accidentes de tráfico que todo ello provoca, los cuantiosos daños a la agricultura e infraestructuras, el riesgo constante de epizootias y zoonosis, más aún con la peste porcina africana llamando a la puerta de la península, la lucha por pastos con el ganado doméstico, la endogamia genética, el peligro para la flora protegida, las especies exóticas invasoras, la involución en el desarrollo del mundo rural, la pérdida de puestos de trabajo, etc., entonces las tornas cambiaron y la actividad cinegética ya era una aliada y algo que no olía a azufre ni tenía caspa. Entonces fuimos buenos y ya caímos bien. Pero era tarde ya.

La próxima legislatura no puede pasar lo mismo. No puede perderse tanto tiempo con quimeras. Suerte para el que asuma la responsabilidad. Pero debe de tener en cuenta que en el medio natural y rural los cuentos de hadas no existen y tampoco tiene cabida la ciencia ficción urbanita. Aquí estamos hablando de cosas serías, tangibles: del pan de agricultores y ganaderos, de pérdidas de vidas humanas en los accidentes de tráfico, del empleo local, del mantenimiento de los ecosistemas con un control poblacional ya regulado y responsable, de la mejora de hábitats, del deterioro de infraestructuras, etc. En la Federación de caza, el gobernante va a encontrar todo el apoyo que necesita, pero también la exigencia más firme de que se aleje de prejuicios y escenarios de fábula y gestione conforme a las necesidades reales del mundo rural, sin complejos y con responsabilidad.