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Butaca de patio

Libros en la calle

En tapa dura o blanda, con dibujos y fotografías o sin ilustraciones, en ediciones de bolsillo o de lujo con papel couché, en distintos formatos, con variadas tipografías, con portadas para todos los gustos… Así, en infinitas formas, los libros-objetos inundan calles y plazas durante los meses de primavera en una secuencia que comienza con la celebración de Sant Jordi y el fallo del premio Cervantes en el mes de abril y culmina con las ferias en multitud de ciudades en mayo y en junio. Cientos de miles de personas ojearán (y hojearán) unos objetos que pueden tocarse y hasta olerse y que algunos aprendices de gurús dieron por muertos cuando la revolución de Internet irrumpió en nuestras vidas. Pero, obstinados y orgullosos, los libros en papel se resisten a desaparecer y reclaman un lugar en el nuevo mundo digital. Quizá los apocalípticos no consideraron que la belleza de un objeto siempre brinda un importante valor añadido a sus virtudes prácticas. O tal vez los sabios que intentan adivinar el futuro olvidaron que la historia de la cultura se asemeja mucho a la energía por aquello de que nada se crea ni se destruye, tan sólo se transforma. Más allá de las nostalgias de las generaciones analógicas por las lecturas en papel, el cansancio digital también empieza a hacer mella entre los milennials, siempre y cuando les guste leer textos más largos que los comentarios en las redes sociales.

Hace algo más de una década, Roger Chartier, uno de los mayores expertos europeos en historia de la cultura, ya pronosticó que los medios digitales iban a convivir con los tradicionales en una nueva confirmación de complementariedad entre soportes. Este prestigioso profesor francés recordaba que cuando nació el cine ya se habló de la desaparición del teatro o que la llegada de la televisión vino acompañada de coros de agoreros que anunciaron el fin de la radio. Sin embargo, miles de espectadores asisten todos los días a contemplar un arte con más de 2.000 años de antigüedad, como el teatro, mientras las emisoras de radio ya han cumplido en muchos casos un siglo de vida. Una entrevista puede hoy registrarse con una grabadora, reproducirse en un vídeo o difundirse en streaming. Pero una mayoría de gente sigue tomando notas con un boli o un lápiz en una libreta. Como ya hacían los escribas en el antiguo Egipto. En definitiva, cada manifestación cultural resulta distinta de las otras y, al mismo tiempo, todas ellas enriquecen nuestra mirada sobre el mundo que nos rodea. ¿Por qué renunciar a la belleza de un libro en papel, al placer de pasar las páginas con lentitud y sin la premura compulsiva de un clic? Una multitud de lectores, todos ellos con móviles en los bolsillos, no está dispuesta a renunciar a nada. La invasión libresca de las calles en las próximas semanas así lo demuestra.

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