La fiesta de la democracia se celebra hoy entre nubarrones, aunque durante la jornada está previsto que brille un estupendo sol de primavera. El sistema representativo de participación del que los valencianos nos hemos dotado ha permitido desde 1983 la alternancia en el gobierno entre distintas opciones políticas. Hace casi cuatro años, el 24 de mayo de 2015, los valencianos dejaron en minoría parlamentaria para gobernar al partido que había mantenido una clara hegemonía durante los veinte años anteriores. El PP pagaba en las urnas la sucesión de escándalos de corrupción que afectaron a una parte importante de sus dirigentes y la Comunitat Valenciana exploraba por primera vez la experiencia de un gobierno de coalición de formaciones de izquierda que ahora somete a examen su gestión.

Es el juego natural de la democracia, esa imperfecta forma de organización del Estado que se ha demostrado hasta la fecha como la mejor para la convivencia de los ciudadanos.

La singularidad de la cita de hoy es que, por primera vez desde la recuperación de la democracia en España, una fuerza de la derecha radical y populista, a modo de las que han prosperado en gran parte de Europa como consecuencia directa de la gran crisis (y de las medidas aplicadas contra ella), tiene posibilidades de condicionar los gobiernos, tanto en España como en la Comunitat Valenciana.

La buena noticia que debería ser que nuevos actores se sumen a la vida parlamentaria, por cuanto representa de dinamismo y vitalidad de una sociedad, se ve ensombrecida en esta ocasión por el ideario de una formación que promueve una idea excluyente de España, reniega del Estado de las autonomías y defiende la retirada de competencias de éstas en pos de una España uniforme.

El desafío del proceso independentista en Cataluña ha abierto una herida emocional y política en España cuyas proporciones no se estará en condiciones de calibrar hasta que el fenómeno encuentre una solución racional y pacífica, pero la consecuencia de esta dolorosa situación no debería ser el cuestionamiento del Estado autonómico ni la exclusión de quienes piensan, sienten, aman o rezan de otra manera. Más allá del reconocimiento de la diversidad cultural, lingüística e histórica del país, la descentralización del poder iniciada con la Transición a la democracia ha sido pieza clave en el desarrollo y consolidación del Estado del Bienestar, al acercar a los ciudadanos el gobierno de los servicios públicos fundamentales.

La cita de hoy no es solo histórica por ser la primera ocasión en que los valencianos se singularizan del resto de autonomías del régimen común a la hora de elegir a sus representantes en las Corts. Tampoco por la coincidencia de la convocatoria con la de las elecciones generales. El reencuentro de hoy con las urnas se reviste de unas consideraciones especiales y trascendentes por cuanto impele a la ciudadanía a consolidar y profundizar el sistema que ha acompañado la modernización y el desarrollo de España y la Comunitat Valenciana durante los últimos cuarenta años o, por contra, aupar a quienes abogan por el desmantelamiento de éste y ponen en cuestión derechos sobre los que se ha cimentado la democracia moderna española.

Votar, participar en las decisiones colectivas, siempre es necesario, pero hoy, y también a la vista de experiencias traumáticas en países vecinos como el caso del Reino Unido con el brexit, es más importante que en ocasiones anteriores. Nunca como hoy, votar ha sido un ejercicio en defensa de la democracia. El futuro está en juego.