Así lo reflejan los estudios demoscópicos más recientes. La extrema derecha encuentra su mayor nicho de electores entre la población de 18 a 21 años. Personas incipientes que crecieron viendo Los Simpson, que han podido estudiar, que practican hábitos modernos, cools, y que no han sido guiados por doctrinas sociales del pasado. Jóvenes antidemócratas, producto natural de las democracias, los que este domingo introducirán en la urna una papeleta en blanco y negro, años 40.

"Ya estamos otra vez con la 'feminazi'", dicen los cuatro de siempre cuando la profe habla en clase sobre igualdad de género. Y es que la juventud no aprende de lo que se predica sino de lo que las personas adultas hacen. Aunque se hable de feminismo en los centros educativos, en la televisión o en el cine, la sociedad está organizada a partir de jerarquías y desigualdades donde campa la ley del más fuerte o del más canalla.

Han asistido a clase en un centro público, criados en el seno de familias trabajadoras, más bien humildes. Visitaron Auschwitz en uno de los viajes de fin de curso del instituto y tomaron las fotos más simpáticas para su Instagram, un fondo bastante resultón para el mundo 'influencer'. Ellos iban a su bola y con el volumen del audioguía bastante tenue, no fuese caso que se enteraran de la explicación. Negar la realidad, la evidencia, es la clave para la felicidad, ¿no dicen eso? Pensar no es lo suyo, en verdad les supone un suplicio. Su máximo esfuerzo o bravata es escoger la mejor foto para cumplir con su cuota de postureo, la que nos marca la sociedad para considerar nuestra existencia. "¿La de los morritos en la playa o el último selfie en el gym?", difícil disyuntiva.

No quieren opiniones adquiridas, sino innatas; como temen el razonamiento, quieren adoptar un modo de vida en que la bu?squeda de información tenga un papel subordinado a volverse uno lo que ya era. Sus razones son cómicas, desacreditan la seriedad de su interlocutor; se deleitan en la mala fe, pues para ellos no se trata de persuadir con buenos argumentos sino de intimidar o desorientar. Esto no se debe a que la convicción sea fuerte; más bien, porque ha escogido de antemano ser impermeable.

Como el verdadero español, enraizado en su provincia, en su país, sostenido por una tradición de veinte siglos, usufructuario de una sabiduría ancestral, guiado por costumbres probadas de peineta y tricornio, no necesita razones ni reflexiones; España les pertenece. Se trata de una apropiación primitiva y territorial, fundada en una relación casi mística de posesión, un derecho imprescriptible e innato sobre la totalidad indivisa de la nación.

Están en contra de que el reparto social se funde sobre el mérito y el trabajo, ellos buscan una aristocracia de nacimiento. Por lo tanto, pretenderán asegurarse el ascenso social con la ayuda económica de sus familias en centros privados, con contactos o con maniobras poco recomendables. En el sector primario, vemos muchos huertos abandonados aunque ellas y ellos, inscritos en el Servef, tengan cosas más importantes que hacer. "Vienen a robarnos el trabajo", dicen, atribuyendo total o parcialmente las desgracias de su país y sus propias a la presencia de inmigrantes en la comunidad en que viven. Sin embargo, esta idea no viene dada por la experiencia. Se adelanta a los hechos que podrían hacerla nacer, van en su busca para alimentarse de ellos, hasta deben interpretarlos a su manera para que se vuelvan realmente ofensivos. No es raro que se opte por una vida pasional con preferencia a una vida razonable. Al joven le gustan las pasiones.

Veamos al pijo, o al menos, el que pretende aparentarlo para ser de la "élite", la de los mediocres. Sueña con serlo y no escatima en comprarse las últimas tendencias en indumentaria. El 'fachaleco' de ahora es para los neofascistas lo que la chaqueta de pana era para los socialistas en los 80. Pero los más clásicos apuestan por el legendario conjunto de polo y camisa, que nunca pasa de moda: a cuadros y con la banderita. Para ocasiones más informales, camiseta básica con la gaviota heredera del aguilucho. Eso sí, la pulserita rojigualda en la muñeca es de obligatorio cumplimiento; los más sofisticados lucen selectos diseños de polipiel. ¡Lo más trendy, chaval!

Al joven neofascista le viene bien la atmoósfera de pogromo cuando reclama "la unidad de España". Ama a la obediencia, por eso se emociona al ver los desfiles militares y quiere ser novio de la muerte. Pero en realidad reclama para los otros un orden riguroso y para él un desorden sin responsabilidad. Es la libertad pero al revés. Puede permitírselo todo sin temor de pasar por anarquista, lo cual le producirá horrores.

Se mueven por las redes sociales como pez en el agua, saben aprovechar muy bien las ventajas que ofrece Internet para extender sus tentáculos ideológicos: la inmediatez, la impunidad y el anonimato son aliados de la extrema derecha. Contribuyen a la confusión, los medios de comunicación mayoritarios que trabajan para que su público distorsione la realidad con la imagen que difunden de un mundo hostil que nos amenaza constantemente. La visión, llena de prejuicios, de todo aquello que se sitúe fuera del campo eurocéntrico. La difusión masiva de fake news o memes ofensivos no ayuda no solo a la reflexión lúcida sino tampoco a la empatía (llamémosle solidaridad, llamémosle compasión). Y esas últimas, la lucidez y la empatía, son las claves de acceso, que muchos jóvenes con sentido crítico y con cordura, han entendido que tendrían que ser las únicas que tendrían que haber abierto el siglo XXI.

En nombre de los valores democráticos, en nombre de la libertad de expresión, el joven neofascista reclama el derecho de predicar dondequiera su cruzada "nacional", el derecho de jugar en el debate. Se puede tener una "opinión" sobre la política turística del gobierno, o sea, que podamos, basándonos en razones, condenar o aprobar la permisividad por parte de las instituciones ante el auge de los pisos turísticos. En cambio, no se puede llamar opinión a una doctrina que pone en la diana a determinadas personas por razón de su identidad y que tiende a suprimirles sus derechos. Se diferencia mucho de un pensamiento. Es ante todo una obsesión; una concepción del mundo caracterizada por la afección de odio y de cólera; una actitud global que no sólo se adopta con respecto a los "progres", feministas, inmigrantes, homosexuales y otras minorías sino con respecto a lo humano en general, a la historia y a la sociedad.

Jean-Paul Sartre nos habló de esto en 1944 en su libro Reflexiones sobre la cuestión judía, cuando los campos de exterminio nazis aún no habían sido liberados.