Exigimos ejemplo a quien tiene que ejercer el liderazgo político de la sociedad, a quien debe ser su referencia ética, a quien otorgamos el honor de representarnos y de gobernar las instituciones. Un ejemplo que, además, debe manifestarse en el día a día de la vida pública y desde diferentes perspectivas; sobre todo, en cuanto a la toma de decisiones, a la actitud frente a la ciudadanía y al resto de representantes, a la pulcritud en su forma de actuar, a la honestidad en el ejercicio del poder, a la capacidad de asumir responsabilidades frente a los errores... Porque de ello, también depende la credibilidad de nuestra democracia, y, puesto que la democracia es, entre otras cosas, ese sistema político que otorga a la ciudadanía el poder de decisión a través del voto, en ocasiones ocurre que si un partido resulta ser poco ejemplar, el electorado lo corrige en las urnas y a la inversa; es decir, si un partido político, o una coalición de partidos, resulta ser ejemplar, el electorado lo refrenda.

Algo así ocurrió el domingo pasado en las elecciones generales y autonómicas al producirse lo que podríamos considerar como un ejemplo en dos dimensiones: en el plano autonómico, el apoyo mayoritario al Acuerdo del Botànic que ha gobernado a la Comunitat Valenciana bajo la presidencia de Ximo Puig, y, en relación a las elecciones generales, el correctivo que ha supuesto para la derecha española el amplio rechazo a la estrategia de la «triple alianza» con el partido ultraderechista Vox. Lo que en términos políticos viene a representar claramente el triunfo del pacto valenciano frente al andaluz. El ejemplo.

Porque una cosa es la suma aritmética que se da a la hora de llegar a ciertos acuerdos políticos y otra es que la ciudadanía coincida con esa propuesta en términos programáticos e ideológicos. Sobre todo, si una parte de la suma la constituye un partido de ultraderecha. Prácticamente, se puede afirmar que la victoria del PSOE y derrota del PP en estas elecciones ha sido la respuesta a ello. Y, si bien es cierto que Vox ha entrado con fuerza en las Cortes Generales y en el Parlamento Valenciano, también lo es que esa irrupción ha sido menor de lo esperado y que lo ha hecho sin capacidad alguna para condicionar la política española y valenciana. Lo cual, además de ser una buena noticia dentro de lo que cabe, es un ejemplo fuera de nuestras fronteras: a un mes de las elecciones europeas y con la ultraderecha imponiéndose con fuerza en muchos países -Polonia, Austria, Italia, Hungría, Finlandia-, España se erige como un valor de respuesta democrática frente a este nuevo desafío populista.

Éstas no eran unas elecciones fáciles. Sobre todo, porque la propuesta de una alternativa política condicionada por un partido de extrema derecha como lo es Vox, representaba un desafío a nuestra democracia y sistema de libertades, un golpe a las vías de progreso por las que hemos transitado durante los últimos cuarenta años. Sin embargo, y por suerte, así es como también lo ha entendido la mayoría del electorado.

Podemos sentir el orgullo de pertenecer a una sociedad, tanto la española como la valenciana, que ha sabido interpretar la importancia que tiene la construcción de un proyecto político capaz de avanzar frente a aquellos postulados regresivos que, en algunos casos, recordaban a otros tiempos. Hoy, la dignidad de la marca España es la de una mayoría política socialdemócrata que se erige como esperanza ante una Europa aturdida por el brexit y el populismo. Afortunadamente, a este país le quedaba memoria.