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El arte de la prudencia

Recuperar el espacio central de la moderación debería constituir el objetivo principal de los partidos políticos

En democracia, no hay construcción social que perdure sin un uso continuo de la prudencia política. Se gobierna para todos, no para unos pocos. Se gobierna con, para y por los distintos, no sólo para los afines. La virtud de la prudencia se basa en ese deber democrático que han de ejercer tanto los representantes electos como las instituciones, tanto las elites como el conjunto de los ciudadanos. El uso prudente del poder apela en primera instancia a los vencedores que deben dar un sentido a su victoria. Sabemos, claro está, que la izquierda ha ganado porque deseaba evitar el triunfo de la derecha. El narcisismo del voto democrático se imponía este domingo como un fenómeno relativamente nuevo en las redes: muchos se fotografiaban con la papeleta o acudían a las urnas con uno u otro mensaje en la camiseta. Bien está que así sea -hay algo casi festivo en ello-, pero la letra pequeña de la democracia parlamentaria necesita de un desarrollo que no se explicita tan fácilmente. Estamos todos a favor, por ejemplo, de una educación de calidad o de unas pensiones públicas sólidas y justas; pero esto son eslóganes que de entrada significan muy poco, aparte de unas décimas más o menos en los presupuestos generales del Estado, y que deben concretarse luego en leyes y medidas solventes y plausibles. La prudencia, en todo caso, constituye una virtud no sólo exigible a los vencedores, sino también a los perdedores, que no pueden embarrar gratuitamente el debate público. Tras las elecciones -y sus mensajes más o menos nítidos-, pasamos al segundo acto de la política: a la necesidad de articular pactos estables que remienden los descosidos. Y con las aristas de los extremos nada será posible.

El triunfo del PSOE responde, en primer lugar, a la alarma que ha provocado la irrupción de Vox en amplias capas de la sociedad, pero también el gobierno ha sabido capitalizar el espacio vacío del centro ideológico, el de una España no deshabitada pero sí silenciada que desea menos crispación. Ese lugar sin señas ideológicas claras, que para unos es el de la tibieza y para otros el de la moderación, constituye la frontera natural de la prudencia. Y ahí es donde deben encontrarse vencedores y vencidos para articular -con la suficiente generosidad- una nueva paz civil en lo territorial, lo ideológico, lo social y lo económico. Gobernar anclándose en los extremos conduce en cambio al deterioro de la convivencia, se produzca o no la alternancia en el poder.

¿Entenderá el PSOE cuál es su papel histórico en estos momentos? ¿Y Cs, ERC o Podemos? En cuanto a los populares, el discurso ochentayochista de Casado se ha saldado con un batacazo descomunal. Nada que no se pudiera prever desde la desafortunada foto de Colón, aunque la magnitud de su derrota sea superior a lo que sugerían las encuestas. El partido está llamado a un congreso de refundación si quiere sobrevivir, y más tras el previsible corrimiento de votos que puede tener lugar en las próximas autonómicas y municipales fundamentalmente hacia Cs. Más allá del cortoplacismo del poder, recuperar la centralidad debería constituir el objetivo principal de los partidos. Llámenlo moderación, visión de Estado, necesidad. Llámenlo democracia, si quieren. Porque la democracia es también el arte de la prudencia.

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