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Los exclusivismos pierden el 28A

Toca hoy sacar las conclusiones de las elecciones del pasado domingo. La primera es que la política de diálogo y de rectificación de las desigualdades de Pedro Sánchez ha salido premiada de las urnas. La segunda es que los exclusivismos han sido severamente castigados, quizás porque los ciudadanos saben que los conflictos y problemas que nos afectan son complejos y no tienen soluciones simples ni milagrosas.

Tres programas aquejados de maximalismo han perdido las elecciones. El primero, el del PP neoaznarista de Pablo Casado que centraba las soluciones a todos los problemas de España en expulsar al «okupa» Pedro Sánchez de La Moncloa, en decretar otro 155 más duro y por un periodo largo de tiempo a Cataluña, y en aplicar una drástica rebaja de impuestos con un gobierno de la triple derecha.

La respuesta de los electores ha sido que los tres partidos de la derecha -que compartían parte de los puntos indicados- han sacado el 44,34% de los votos y 149 diputados cuando el PP de Rajoy y los Cs liberales del 2016 obtuvieron el 46,07% y 169 diputados. La triple derecha (PP, Cs y Vox) se ha quedado así a nada menos que 27 escaños de la mayoría absoluta. Pero el fracaso de Casado ha sido mucho más espectacular porque ha perdido la mitad de los diputados (de 137 a 66) y de sus electores (del 33% al 16,7%). Y encima el Senado ha pasado de una mayoría absoluta del PP a otra socialista.

El PP no sólo ha perdido, sino que está teniendo que modificar inmediatamente su discurso. Vox, al que el viernes anterior a las elecciones se le ofrecían ministros en un hipotético gobierno Casado, es calificado ahora con el término peyorativo de extrema derecha. Y su futuro como gran partido de la derecha está amenazado. Tanto por las posibles disensiones internas (el barón gallego ya ha marcado terreno) como porque Cs se ha quedado a sólo un 1% del voto y a nueve escaños. Ahora un Rivera en alza quiere arrebatar a Casado el papel de líder de la oposición. Veremos lo que pasa en las autonómicas y municipales, en especial en Madrid.

El segundo maximalismo que ha salido perdiendo es el de Podemos, que ha bajado de 71 diputados en el 2016 a 42. Esta pérdida se ha visto afectada por la crisis de las Mareas y de la alianza con Compromís en València, pero incluso no contabilizando los diputados de estas confluencias, que se han evaporado, la pérdida conjunta de Podemos y de En Comú Podem (su marca catalana) es de 15 diputados. Muchas causas explican esta caída.

La primera es que la salida de la crisis (con el PIB creciendo desde el 2014 y la creación de muchos puestos de trabajo) ha demostrado que la democracia española no es ni la ruina ni el desastre que pintaban. Y el mismo triunfo de la moción de censura ha dejado claro que la corrupción (Gürtel) acaba pasando factura. Cierto que hay grandes desigualdades sociales y que hay demasiado empleo temporal pero el aumento del empleo (que sea de más calidad depende del sistema productivo, que no se cambia a corto plazo) ha permitido incrementar el consumo y el bienestar de las familias. Hasta tal punto es así que Pablo Iglesias, que en el 2016 era un cruzado contra el corrupto régimen del 78, en los debates en televisión durante esta campaña -fue el que más bien estuvo- recurrió continuamente para defender sus propuestas a la Constitución del 78. Como si fuera no una Constitución, con sus limitaciones, sino la Biblia.

Pero dos buenas noches no corrigen una imagen. Y todas las encuestas señalaban a Pablo Iglesias como el líder peor valorado, en dura competencia primero con Rajoy y luego con Casado. Quizás por el exceso de verbalismo y los cambios de discurso, quizás por las continuas trifulcas internas, en especial con Errejón, quizás porque su discurso sobre los buenos, los de abajo siempre saqueados por los pudientes, ha entrado en contradicción con gestos como la compra de un chalé de clase media en las afueras de Madrid.

Además, lo sucedido en la Unión Europea, con la aceptación por la Grecia de Tsipras, con buenos resultados, de la política económica ortodoxa recomendada por Bruselas y por el BCE, ha dejado en mal lugar las tesis de Podemos sobre las economías europeas. Del divorcio con Varoufakis, expulsado del gobierno griego tras comprobar Tsipras que el desafío al BCE llevaba a la salida del euro y a la catástrofe, Iglesias no ha dicho absolutamente nada. Además, Podemos no es culpable de lo que pasa ahora en Venezuela, pero la realidad es que los que defendían las democracias bolivarianas no salen bien librados del punto al que ha llegado el régimen de Maduro.

El tercer maximalismo exclusivista, al que las elecciones no le han ido bien, ha sido el independentismo, pero aquí el indudable resultado negativo -baja del 47% de las elecciones autonómicas del 2017 al 39%- es menos unívoco. En primer lugar, porque respecto a las anteriores legislativas -las del 2016- sube del 32 al 39%. Y como consecuencia los diputados independentistas pasan de 17 a 22 (sobre 48 que elige Cataluña). Y es cierto que tradicionalmente en las autonómicas el nacionalismo tenía mejores resultados que en las legislativas. Pero esto ya no debería ser así si lo que proclama el independentismo -que Cataluña ya es una república que no nace sólo por la represión española- fuera verdad. Además, la elección ha coincidido con el juicio en el Supremo a nueve dirigentes separatistas cuya sentencia -según proclaman Torra y la ANC- deberá servir para otra proclamación de la independencia que -esta vez sí- no podría ser frenada por un 155. ¿Bajar del 47% al 39% es la antesala del momento liberador, o la confirmación de que pese a sus muchos errores el secesionismo todavía tiene un amplio -pero no mayoritario- apoyo popular?

Por otra parte, los 22 diputados separatistas pesarán ahora menos en el Congreso que los 17 anteriores porque Pedro Sánchez puede construir una mayoría similar a la anterior sin el independentismo catalán. Con Podemos, el PNV, los canarios y el diputado regionalista de Cantabria llega de hecho a la mayoría absoluta de facto. Aparte de que también suma con Cs en lo que parece -hoy por hoy- un pacto imposible.

Pero quizás lo más relevante es que dentro del secesionismo los hoy más pragmáticos y realistas, los de ERC, suben de 9 a 15 diputados y doblan así a los 7 fundamentalistas, que bajan uno y ahora obedecen a Puigdemont. Los dirigentes de la antigua CDC, ahora prisioneros de Puigdemont, tendrán que reaccionar después de las municipales ya que los alcaldes de la antigua CDC no querían una ruptura con Puigdemont antes de sus elecciones.

La pura contabilidad canta. En el 2011 CiU, con el democristiano Durán Lleida como primero de lista, sacó 16 diputados a Madrid y ahora, con el puigdemontismo, ha quedado esquilmada a sólo 7. Mientras la entonces más radical ERC ha pasado de 3 a 15. ¿Fue un buen negocio para CDC la conversión de Artur Mas al independentismo en el 2012?

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