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El futuro de la derechita cobarde

En apenas unas horas desde que se contabilizaron los votos de las elecciones del pasado domingo, el líder del Partido Popular, Pablo Casado, le dio la vuelta a la tortilla ideológica de su formación política. Hasta los comicios, Casado evitaba cualquier diferencia con sus alas, copadas por Vox y Ciudadanos, con quienes mantenía un matrimonio de hecho por más que no habían pasado por capilla. El nuevo ejecutivo andaluz y la manifestación rojigualda de la madrileña plaza de Colón marcaban el camino coaligado. Casado propugnaba un acuerdo amplio de los tres partidos, todo un frente neoconservador para ganar el gobierno. El tono de sus mítines resultaba airado: el país estaba amenazado por golpistas, grupo en el que incluía al socialismo tibio.

Pablo Casado ya moduló su retórica en el segundo debate televisado. Tras la constatación de su derrota, ahora se reivindica como un moderado centrista sin conexiones con la «extrema» y «radical» derecha de Santiago Abascal, ni con la «socialdemocracia» de Albert Rivera. El joven líder popular ha virado 180 grados y ha escuchado como alzan su voz crítica los diversos barones del partido. A Javier Maroto, sin embargo, los errores de la campaña le han costado el cargo y el escaño.

El regreso a la chulería aznariana ha resultado todo un fiasco. Mariano Rajoy y Soraya habrán fruncido el ceño al sonreír con sarcasmo, su tecnocentrismo fue laminado en el último congreso del partido pero en estos momentos, apenas nueve meses después, se evidencia que lo que otros veían como complejos y cobardías representan en realidad lo que el elector común entiende como estabilidad y pragmatismo.

La encrucijada ideológica del PP, pues, ya se ha resuelto, pero quedan las deudas pendientes -y las económicas no serán mancas, además de las penales-, así como la pugna política. Tales circunstancias se ven acrecentadas por la inminencia de las elecciones municipales, europeas y autonómicas. De hecho, resulta bastante obvio que Casado seguirá al frente del partido hasta esos comicios, pero debe al menos evitar el desplome. Las estrategias de Vox y Ciudadanos pasan por todo lo contrario. Así que esa es la batalla: Todos contra el PP, de ahí las urgencias por recentrar a los populares. Madrid y València serán claves, las dos joyas en juego el 26 de mayo.

Pero los candidatos populares elegidos por Casado para Madrid son flojísimos, así que las apuestas dan ganador en la plaza de la capital a Ciudadanos. En València, la lucha, en cambio, es reñidísima entre María José Catalá y Fernando Giner, con el convidado de piedra en Vox. Las trincheras se están excavando en la Ciutat Vella, en Jaime Roig y en el Ensanche. No solo está en juego la posible alcaldía de València, es que ésta puede ser fundamental para el futuro de la relación entre el PP y Ciudadanos. Y si durante las pasadas Fallas hubo rivalidad entre varios casales por concentrar a los líderes de los partidos, en esta nueva campaña puede ser la cafetería del Aquarium el único espacio para la paz de la zona en conflicto.

No obstante, visto cómo han evolucionado las cosas, la lógica invita a pensar que el futuro político del centroderecha pasa por la confluencia. Ya ocurrió en tiempos de la UCD. Difícilmente había sitio para dos grandes partidos en un espectro ideológico tan próximo, entonces y ahora. El relevo de los centristas lo tomó el PP pero antes hubo de crear convergencias: en 1982 la candidatura de los de Manuel Fraga llevaba hasta cuatro siglas en su papeleta: AP, PDP, UL y UV. Sumaban tardofranquistas, democratacristianos, liberales y regionalistas. El futuro invita a pensar en una iniciativa con cierta semejanza. Ahora bien, para la reconstrucción del centroderecha democrático hay todavía muchas dudas que despejar. El tratamiento hacia Vox y sus extremismos, la primera. La lucha por el liderazgo entre los jóvenes del PP y Rivera, la segunda. El agujero negro de la derecha española en Cataluña y el País Vasco, la siguiente. No les va a resultar fácil el camino. El papel que tomará Núñez Feijoo, quien sigue dominando el feudo gallego, será determinante. Como también lo será si Catalá obtiene la alcaldía de València, o la pugna entre Manuel Valls y García Albiol en Barcelona, y la necesidad de pactos para la gobernabilidad en centenares de ayuntamientos y en alguna autonomía que otra.

Téngase en cuenta que en estas próximas elecciones ya no existe tanta penalización para los partidos pequeños porque los escaños a repartir son cuantiosos, y esa circunstancia, acrecentada en la gran circunscripción única en todo el país que se organiza para las europeas, va a dar mucho más protagonismo en los resultados a formaciones como Podemos, Vox o Compromís, al tiempo que ofrecerá cientos de concejalías y hasta diputaciones nuevas a Ciudadanos.

Pese a todo ello, y aunque la coyuntura próxima puede resultar diabólica para el PP, ha quedado también en evidencia, una vez más, que el gran granero de votos del país se encuentra en el centro, cuyo espacio no tiene otro significado más que el de la tranquilidad política y la estabilidad en los mercados. La mayoría de la gente, en suma, es lo que realmente le pide a los políticos, que no lo estropeen. Es esa mayoría que se nutre del pragmatismo y el esfuerzo cotidiano por sacar a los suyos adelante, y que sufre con los falsos héroes y su peligroso arrojo. La prudencia, a menudo, se confunde con la cobardía.

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