UCon el máximo y profundo respeto al voto de cada uno, he de decir que si algo han demostrado las elecciones del pasado domingo es el gran sentido común y la sabiduría del pueblo español. Además, el resultado refleja un gran sentido de responsabilidad y una apuesta clara por el futuro de España y por el bienestar de todos los que vivimos en este país. El respaldo a los partidos extremos, aunque numeroso, no ha sido ni mucho menos el que algunos predecían y otros deseaban.

Hay dos datos indiscutibles. Por un lado, el claro ganador: Pedro Sánchez y el partido histórico que lo arropa. Por otro, el crecimiento espectacular de Ciudadanos de la mano de Albert Rivera. Estos dos hechos, por muchas tertulias que uno escucha ahora y donde se busca más el interés ideológico que el análisis objetivo, son notorios y no tienen vuelta de hoja.

Igualmente, los partidos perdedores fueron Podemos y el Partido Popular. Pierden muchos escaños y votos con respecto a las anteriores elecciones y las razones de esta pérdida son discutibles y variadas: corrupción, desgaste de Gobierno, unos mensajes de campaña algo difusos, etcétera, etcétera, por parte del Partido Popular; y, en Podemos, el desgaste interno por la lucha de poder, el riesgo que percibe la gente hacia políticas extremas, impuestos altos, radicalización de la inversión pública, falta de seguridad€

Pero todo esto ya es pasado. Hoy, las personas que vivimos en este país, lo que queremos es que solucionen los problemas y las preocupaciones que nos rodean en el día a día. No nos interesa la estrategia, las crisis o las alegrías internas de cada partido político. Nos preocupa el paro y la unidad de España; nos preocupa que no se repita el cáncer de la corrupción en la política; nos preocupa la economía; nos preocupa la educación, la calidad del empleo, que haya una buena sanidad.En definitiva, nos preocupa el bienestar de nuestra familia y el futuro de nuestro pueblo, de nuestra ciudad y, cómo no, nuestro futuro como país y nuestro papel histórico en la evolución del mundo.

Esta semana se inicia un proceso lógico de alianzas y pactos para conseguir solucionar esas preocupaciones. Los españoles hemos hablado mayoritariamente y queremos que, en los próximos cuatro años, el timón del barco esté ocupado por Pedro Sánchez.

Por ello, tenemos que dejarlo actuar, tenemos que liberarlo de presiones. Ha llegado el momento de dejar de mirarse el ombligo y mirar a España y a los españoles. Cada problema tiene una solución distinta, aparentemente compleja, pero si analizamos la historia y la evolución de las políticas que se han aplicado en cada momento, no es difícil saber qué camino hay que coger para buscar la solución a cada problema.

Una de las luces que puede iluminar el camino de los políticos es el papel que ha jugado en estos años complejos dos instituciones básicas, como son la Monarquía y la Justicia. Su actuación, admitiendo algunas críticas concretas, ha sido modélica y ha permitido mantener a flote la ilusión en momentos muy difíciles, como lo ocurrido en Cataluña en octubre pasado o el cerco a la corrupción política que nos estaba pudriendo.

En cuanto al paro, es evidente que la solución pasa por confiar en el capital privado y en las empresas, que son las que crean empleo, riqueza y progreso. Hay que generar un ambiente que favorezca la inversión, donde el dinero no tenga miedo a invertir; al revés, necesitamos que España se convierta en un foco de confianza, de seguridad y de futuro.

Para esto, la receta es muy sencilla: no castigar al capital privado con más impuestos y buscar el aumento de los fondos públicos únicamente en el incremento de la actividad económica. Es necesario que el Estado tenga capacidad de maniobra para invertir en los espacios comunes, pero no a costa de limitar las inversiones y beneficios de las empresas, que son las que precisamente generan puestos de trabajo.

El problema de Cataluña es complejo, pero todo el mundo sabe que la única solución es el diálogo y la estricta aplicación de la Constitución. Echar más leña al fuego en forma de privaciones de libertad y exageraciones verbales solo hará que crezca en Cataluña el número de personas que quieren la independencia. Todavía estamos a tiempo de llegar a un acuerdo basado precisamente en el sentido común y en la responsabilidad que demostraron el pasado domingo todos los españoles.

No queda otra. Los partidos deben dejar de buscar en el problema catalán su gasolina para expandirse nacionalmente. Toca buscar entre todos una solución dialogada donde todo el mundo ceda un poco para encontrar el bien común. Así de fácil y así de difícil, pero no hay otro camino.

En esta semana que empieza se inician las conversaciones del presidente con los grupos políticos para lograr estos objetivos. Un gobierno de coalición con Podemos es imposible: con los de Pablo Iglesias en el Gobierno, el paro se agravaría, pues el capital privado tendría miedo y buscaría otro destino. Por otro lado, un gobierno de coalición con Ciudadanos es muy complicado por el riesgo de canibalización de este partido incipiente, pero sí que es clave para permitir la gobernabilidad y la solución a los problemas que preocupan a los españoles.

El partido de Rivera no debe utilizar el problema catalán para cosechar votos; debe ver más allá. Si no es posible entrar en el Gobierno, sí tendría que encontrar de forma urgente un acuerdo programático que permita la estabilidad permanente del Gobierno al que le ha tocado la responsabilidad de dirigirnos.

Tenemos cuatro años por delante, decisivos en la historia y en el progreso de nuestro país, en este siglo del que ya han transcurrido dos décadas. Hemos aprendido mucho durante estos años. Solo pido que quienes nos dirigen obedezcan la voluntad del pueblo.

Tras los comicios de domingo pasado, cientos de personas gritaban en la calle Ferraz: «Con Rivera no». Son gritos que se diluyen conforme pasaban los días. Estos dos hombres, Sánchez y Rivera, tienen en la mano nuestro futuro. Dejémosles trabajar y trabajemos nosotros también cada día con ilusión y confianza en este gran país que es España.