Me fui de viaje y volví. (En realidad uno no puede irse si no se va de algún sitio, que es el lugar al que regresa, al que vuelve: la casa). De ahí «fuera» me traje una anécdota que recuerdo, un recuerdo. Dicen que el embajador turco en la ONU exigió en su día que el Consejo obligara a los armenios a quitar el monte Ararat de su escudo, puesto que estaba en territorio turco y no era suyo. El embajador armenio replicó, en justa reciprocidad, que los turcos deberían quitar la media luna de su bandera, territorio o lunatorio que no está tampoco y obviamente entre sus dominios o propiedades. La cosa quedó ahí sin ir a más ni a menos, porque de lo que no se puede hablar mejor es callarse.

Digo esto porque la derecha troceada tiene una concepción bastante turca del Ararat, quiero decir, del poder (dejemos aquí al margen la cuestión del ¿quién manda de verdad?) y de sus instituciones. Así, mientras algunos hablaban de «reconquistar» lo que al parecer siempre fue suyo, una esencia universal y eterna llama España, arcana propiedad de los españoles de toda la vida, felonamente conquistada por los musulmanes y los rojos y vuelta al en sí por don Pelayo, líder de los Pelanosotros, enemigos de los Pelagatos; otros hablaban de echar al okupa de la Moncloa y su puto colchón de viscosilla, como si la Moncloa fuera a la Presidencia del Gobierno lo que la Zarzuela a la Jefatura del Estado de la monarquía hereditaria: un patrimonio personal, vamos, como lo que uno tiene con sus trompas de falopio. Otros, finalmente, se proponían «desalojar» al Botànic que, por lo visto, no estaba correctamente alojado en su (de ellos, alteridad) alojamiento, sino en el suyo (de ellos o sí mismos). En fin, a mí no me gusta pontificar (es mentira: ¡me encanta!), pero algunos deberían recordar lo que se les dijo en la escuela: la democracia no es sólo un procedimiento para llegar a las instituciones democráticas, sino una convicción: las instituciones son impersonales, no son de nadie porque son de todos. Así que nadie «desaloja», «okupa» ni «reconquista», sino que transitoriamente «dirige», «asume», «ejerce».

Pero no, ha sido empezar la campaña de las elecciones «locales» (nunca mejor dichas) y la derecha del PP y Català, en su presentación, ya ha dicho que más que ganar la alcaldía lo que quiere es «recuperar» la ciudad. Y uno sólo puede «recuperar» lo que, siendo suyo, ha extraviado o le han sustraído (¡dónde coño estarán las llaves de mi consistorio y el rosario de mi madre!). Estamos otra vez a vueltas con el patrimonio: la ciudad es suya, la autonomía es suya, el Gobierno del Estado es suyo y España es, en régimen de bienes gananciales, suya y de dios, ¡vayapordios! Y no es por nada, pero lo de la silla transparente, como símbolo de lo suyo, es como la campanilla del Comendador de Murakami o el Barracón de Cantó: una cosa muy extraña.