Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Si fuiste feliz, no vuelvas

Lo han dicho los poetas. Los cantautores. Los filósofos. Los psicólogos. Los amigos. Hasta los libros de autoayuda. No hay que volver a pisar los lugares en los que fuimos felices. Nos lo han dicho y repetido, pero volver a ser feliz, aunque sea por ósmosis de la memoria, es una tentación demasiado grande. Así me planté en mi playa de infancia. La de los grandes domingos. Aquella en la que mientras los niños nos quitábamos hasta el último hilo de ropa las abuelas extendían los manteles a la sombra de pinos y sabinas. Ellas, tímidas, se reían, un tanto nerviosas, cuando se quedaban en bañador y pareo, pero más tarde ofrecían sin pestañear un trozo de tortilla a los nudistas que miraban aquellos banquetes playeros (¿sangría, croquetas, ensaladilla rusa?) con ojos golositos. Saltábamos olas, perseguíamos peces, buscábamos cangrejos, abordábamos barcos, trepábamos rocas? Nos mirábamos las puntas de los dedos, arrugadas de tanto mar, soñando que algún domingo nos saldrían escamas. Crujientes de arena y sal. Eso era la felicidad. Comer pollo empanado con las manos mientras el pelo aún chorreaba. La sandía refrescándose en la orilla. Las abuelas gritando que nos iba a dar un corte de digestión. Las siestas con cantos de cigarras y el sol colándose entre las ramas. Eso era la felicidad. Ahora, a la sombra de pinos y sabinas hay mesas con cubiteras. No hay sitio para los manteles de las abuelas. Alguien decide qué lugar puedes ocupar en la arena, sembrada de hamacas que son camas king size. La música silencia las olas. Para saltar olas, perseguir peces, buscar cangrejos, abordar barcos o trepar rocas hay que esquivar buhoneros y hordas de turistas obsesionados con el selfie perfecto. Lo dicen los poetas. Si fuiste feliz, no vuelvas.

Compartir el artículo

stats