Las vacaciones, con abundancia de todo, han comenzado para muchas personas. En los hoteles de las zonas de verano, en la recepción, deberían poner un cartel: Bienvenidos a pasar unos días con unos desconocidos. No, no lo digo por los turistas que cada año visitan nuestro país. Lo digo por las familias con las que durante las vacaciones compartimos espacio y proximidad todo el santo día. Sí, desde que amanece hasta que anochece...

Durante el año no se nos presenta la materia bruta del vínculo. Las obligaciones nos mantienen alejados todo el día, nos vemos para almorzar, ver los Simpson y el informativo de por la noche. Y en caso de no estar muy cansados preferimos hablar con los que están lejos que con los que están cerca. Sí, ¿saben a lo qué me refiero? A las «familias» virtuales. Los hogares, ya no son hogares, no todos claro. Las parejas parecen compañeros de piso, están cerca presencialmente, pero cada uno anda a lo suyo: tablet, móvil y ordenador.

Bueno, pues nada, ya hemos llegado a nuestro lugar de destino. Después de quejarnos por alguna cosa, suele ser el primer día, comienza lo bueno... En la excelencia suprema de la existencia no queda nada por atar. Y, al poco de comenzar las vacaciones, empezamos a ver los nudos. Hay cosas que vienen a nosotros de una manera ágil para despertar la reflexión; las vacaciones no deberían estar exentas de pensamientos. Que nos pongan uno con la cerveza.

El descanso tiene mucho de función vegetativa, un día de los muchos que estamos en la playa, miras a la persona que tienes al lado y te preguntas: ¿con quién estoy? La famosa voz interior te responde: con tu marido, con tu mujer. Vuelves a mirar al costado, y con la evaporación del sudoración te das cuenta que no lo conoces.

Las relaciones necesitan del esfuerzo para seguir vivas. La función del diálogo es muy importante, siempre he pensado que un buen diálogo une y asocia. El silencio es bienechor sólo cuando no molesta. Y sinceramente los silencios derivados de la dejadez son pupilos de la desidia.

El verano favorece muchas separaciones. Toda relación desdibujada por el abandono, tarde o temprano muere. Somos como las ballenas, vamos a palmar a la costa. En definitiva: la atención atrae al cariño y con la simpatía de un beso podemos hacer milagros. Mi memoria se está poniendo pesada. Viejos recuerdos se sienten contentos al hablar de vacaciones y playas. ¡Qué pesados sois! ¡Ahora os doy voz!

Hay atmósferas maravillosas... La inspiración romántica de la luz de luna es una de ellas. La memoria me lleva a instantes de ritmo amoroso acelerado. En las noches de luna llena se idealizan las proporciones de los cuerpos, ajenos y propios, con la caricia se modela el relieve del deseo y con el beso se ensancha la fuerza de la novedad. En ciertas escenas de amor: la luz y la sombra se disputan el primer puesto... La intención de dos bocas depuradas en la unidad del deseo es besar. Un beso es punto de partida, la ilusión al ser besada se prepara para el advenimiento del amor, pero en muchas ocasiones se cuartea con el sexo. Un verano le disputé a la luna un suspiro, le exigí la luminosidad del instante, la puse junto al umbral de la emoción y le recité un poema.

El amor verdadero es pureza no manchada por el paso del tiempo, por la ausencia. El respeto guardado en el alma genera la mejor prueba. Con luna, sin luna...

Queridos lectores: sepan diferenciar entre conocidos, amigos, íntimos, allegados y familiares. Y sean precisos a la hora de darles su lugar.

Quizá el próximo verano en las recepciones de los hoteles luzca un cartel: Aquí se alojan personas que dialogan todo el año. ¡Sean felices!