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Butaca de patio

Basadas en hechos reales

En multitud de ocasiones hemos leído, al final de una película, una frase sobreimpresionada en la pantalla que anuncia que la historia que acabamos de ver está basada en hechos reales. La gran industria del cine de Estados Unidos ha encontrado y sigue hallando un filón inagotable (y cabría añadir que muy rentable) para sus guiones en el pasado reciente o remoto de su país. Por ello conflictos como la guerra de Secesión o la Segunda Guerra Mundial o figuras políticas como los Kennedy o géneros como el western han inundado las salas de cine con un mensaje, a veces glorificador de sus hazañas y otras, muy crítico con sus errores y desmanes. De este modo los norteamericanos han logrado exportar al mundo entero su estilo de vida, su ideología y hasta sus costumbres. Pero, en cualquier caso, ese mensaje siempre incluirá las lecciones que pueda ofrecer al espectador la propia historia de Estados Unidos. Nadie parece, pues, cansado de filmar la enésima versión del ataque a Pearl Harbour o del desembarco en Normandía. Los británicos, como buenos anglosajones, tampoco andan a la zaga de sus primos del otro lado del Atlántico y sus frecuentes versiones fílmicas de los Tudor o de sus relatos coloniales suelen ocupar también las carteleras. Por no hablar de los franceses, que han convertido las películas sobre la Resistencia contra los nazis en todo un subgénero cinematográfico.

En nuestro desmemoriado e indolente país, sin embargo, no parece sorprender la ausencia de películas de época entre las finalistas de los últimos premios Goya o la escasísima representación de filmes basados en hechos reales en las más de tres décadas de existencia de estos galardones. A partir de una mezcla de clamorosa ignorancia sobre nuestro pasado, de un complejo de inferioridad teñido de orgullo («¡que inventen ellos!») y del miedo a saldar cuentas con nuestra historia lo cierto es que la sociedad española no suele echar de menos que los variados e intensos relatos de nuestros antepasados no aparezcan con frecuencia en las pantallas. Así pues, la industria y los creadores no indagan demasiado en un material tan rico como la agitada historia de España. Ahora bien, podemos conceder un cierto margen al optimismo de cara al futuro. De hecho, parece que esta carencia comienza a subsanarse en los últimos tiempos a partir del éxito de series televisivas como la imbatible Cuéntame, un buen termómetro del interés de mucha gente por conocer o revivir nuestro pasado reciente, o de películas como Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar; o El reino, de Rodrigo Sorogoyen, que han arrasado en las taquillas con historias muy cercanas en el espacio y en el tiempo. Quizá una cierta cultura española aspire con tanto ímpetu al cosmopolitismo que caiga en el provincianismo más penoso. Porque ¿cuántas veces han protestado de la abundancia de películas sobre los heroicos soldados yanquis en la Segunda Guerra Mundial esos estirados cinéfilos que despotrican contra los filmes basados en nuestra guerra civil?

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