El «sentido común» es una cosa, facultad, capacidad o función, muy jodida. Sería, además, una función sin órgano, porque así como uno se mete el dedo en el ojo y no ve, o se atasca con el dedo el oído y no oye, o se tapa las narices con dos y no huele, ¿díme tú dónde te metes el dedo para que el sentido común no funcione? Podría ser, incluso, que el sentido común no fuera un sexto sentido de lo universal (a diferencia de los demás, que lo son siempre de lo particular), sino un jolgorio o putiferio de los otros sentidos resentidos. ¿Quién sabe qué? El sentido común tampoco es una cosa que está ahí y ya está, sino un «algo» que cambia, como todo, según el estado de los conocimientos alcanzados y asimilados en una sociedad y en un momento dado: por puro sentido común los escolásticos negaban el movimiento de la Tierra y afirmaban su centralidad en el Universo finito, porque es evidente (es lo que vemos); y Voltaire escribió contra el sentido común de aquéllos que se oponían a las vacunas (¿inoculación de la viruela?) porque no entendían que para sacarte un bicho te lo metieran, que no deja de ser un fer i desfer o rediós.

Otra cuestión a tener en cuenta es quién tiene sentido común. Aquí se dan dos posturas: o lo tenemos todos, como el corazón que a todos nos palpita hasta la muerte, y entonces no tiene gracia; o sólo algunos, como los candidatos de Vox a la alcaldía, «gente normal, de la calle, que quiere lo mejor para la ciudad y que está enfrascada en un proyecto muy bonito, muy bonito». Otro tanto, de la misma forma e igualmente, si tu le preguntaras a Català del PP qué es lo que tiene la gente normal, de la calle, que quiere lo mejor para la ciudad, te contestaría casi tautológicamente con el lema de su campaña: «sentido común». Sea como sea, los demás no tienen sentido común, ni son gente normal, ni de la calle y sólo quieren boñigos para la ciudad, sea lo que sea el sentido común, la normalidad, la puta calle y un boñigo. Descerebrados, anormales y cerdos.

También coinciden Català y Vox en la necesidad de «sacar del ayuntamiento a la extrema izquierda», aunque en el PP, más aristotélicos y en el taichí del justo medio, quieran sacar a la extrema izquierda sin meter a la extrema derecha y entrando ellos, que son el sentido común sentado en una silla transparente. En fin, esta derecha ha entendido a la perfección que el lenguaje no busca la comprensión ni la comunicación, sino la confirmación, basada en la mentira, de lo que algunos quieren oír: que la extremada izquierda está en el ayuntamiento, que ellos son la gente normal, de la calle, que están a favor del sentido común; que Ribó «está llevando a la ruina a esta ciudad (Vox)» o que «hay que dejarse de caprichos que tienen consecuencias nefastas (Català)». Todo es mentira, pero qué más da: lo importante es tener un enemigo y que dé un poquito de miedo. Por si cuela.