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Rubalcaba, velocista que no atropelló

Alfredo Pérez Rubalcaba fue velocista cuando practicó atletismo. Era hombre de los cien metros. A la hora de su muerte ha marcado un tiempo propio de los corredores de fondo. Se ha resistido a la muerte como se resistió políticamente cuando el PSOE perdió las elecciones. Alfredo fue políticamente lo contrario a su vida deportiva. Quienes tuvimos la fortuna de conocerle en lo más personal siempre recordaremos su bonhomía y su facilidad para la conversación aunque en ella hubiera discrepancias. Nunca se sirvió de la velocidad para atropellar a un adversario.

Siempre le recordé que cuando lo conocí se me echó encima porque era madridista tan convencido que no le gustaba que se pusiera en solfa su club. Una tarde en la Fundaciòn Pablo Iglesias, Elias Querejeta y Javier Pradera, ambos seguidores de la Real Sociedad, el primero además de exjugador de Atocha y yo, de convicciones deportivas valencianas, hicimos un examen del Real Madrid y sus relaciones con la política franquista. A Alfredo, que aún no ocupaba puesto visible, le dolió en el alma que los tres tuviéramos ideas tan críticas, que aunque en el fondo comprendía y conocía, no quería que ellas fueran emblema de su club.

En mis años de cronista parlamentario tuve discrepancias con el entonces presidente de Las Cortes, Gregorio Peces Barba, porque en el comedor de la entidad se servía vino «Castillo de Almansa». No le ocultaba lo de que «el mal a tots alcansa» , pero esta cuestión era simple anécdota. Lo que entraba en la discrepancia formal era el Real Madrid.

A Peces Barba y a Alfredo siempre les gasté la chanza de que no comprendía cómo se podía ser socialista y del Real Madrid. Para empezar, por lo de Real, y después, porque la relación del club con El Pardo fue evidente. Con Alfredo llegué a un pacto mediante el cual convenimos que si bien era cierto que el Real Madrid se había beneficiado del régimen también lo era que este se había servido del club. Ciertamente, los años en que España tenía muchas puertas cerradas había una ventana por lo que penetraba y era la que facilitaba el club madrileño.

Mi amigo Luis Gómez Llorente, solamente futbolero de oído radiofónico, y perteneciente a Izquierda Socialista y al grupo de gentes que se la jugaron en la Universidad Complutense y de ahí su paso por la cárcel de Carabanchel, solía decirme que al partido se había aproximado mucha gente de aluvión. Alfredo Pérez Rubalcaba no perteneció a ese gremio. Formó parte de la esencia del PSOE y en el mismo fue creciendo meritoriamente. Sin empujar. Sin salir de los tacos como hacía cuando tenía que buscar el triunfo o mínimamente la clasificación.

Alfredo se ha ido un año en que podíamos seguir conversando con él con el espíritu crítico de quienes no practicábamos la fe madridista. Con los años ya no ponía pies en pared en defensa de su club. Claro que tampoco estoy para defender al Valencia y Villarreal.

Adiós amigo.

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