A determinada edad las palabras ceremoniosas valen poco. El otro día se me ocurrió describir el dibujo de la vida y me quedé pensando en la ocasión y en el torno por el que giran los días vividos y los días que me quedan por vivir. Tengo casi 50 años, la verdad la cifra me impacta; prometo que no soy capaz de comprender la levadura de la vida: hace unos años estaba esponjandome (igual que las magdalenas) y ahora, creo, que empiezo a menguar. ¿Cuántos años me pueden quedar de vida? ¿35? Me parecen muy pocos, y he tirado por lo alto, por supuesto, desenvuelta en el convencimiento de que una enfermedad no me la va aarrebatar. Pero puede pasar, claro qué puede pasar...

¿Quién puede comprender el cincelado de la vida? Junto a la sombra del cuerpo camina la muerte, y con los años, tengo la sensación de que acelera el paso. En sí mismo, creo, el nacimiento es una fatalidad. Por un lado sentimos la vociferante voz de la vida, y por otro, sentimos el silencio de la muerte. Vaya panorama...

Muchas personas, estoy convencida, han leído junto a la vida los textos más bonitos de amor: los hijos, padres, hermanos, abuelos. Además de nuestras parejas, amigos y allegados, son y han sido, definición comprensiva del descubrimiento más importante: la vida a través de los afectos.

¿Saben? Me gustaría no hacerme mayor, junto a los años, en algún momento dejaré mi vida junto al "milagro" de la maternidad. Qué complicado es ser madre, ¿verdad? Aún de muertas queremos, digo yo, dar el advenimiento a nuestros hijos. Además, fíjense si es ambiciosa la definición de madre, que ni la muerte puede borrar el vínculo.

Los hombres y mujeres, representamos una pobre línea junto a la existencia. Nos pasamos la vida siendo proyecto de todo lo que se nos pasa por la imaginación, y resulta, que junto al arrobamiento está el aspecto más significativo de nuestro principio y también de nuestro final.

No, no vale la pena aferrarse a la vida. Creo que la muy puñetera es una mediadora discreta de la muerte. No, no vale de nada rehuir determinados acontecederes: vendrán igual. Junto al presente no vemos marchitarse la vida, así es lo ordinario: un grosero truco de magia que convierte la realidad en hábito y la existencia en rutina. Y claro, entre tanto optimismo edulcorado: ¿quién piensa en los años que le quedan de vida?

Ayer la luz brillaba, mañana será más tenue, y junto a la soberbia del futuro se apagará...

Por cierto, qué voluntariosas son las sandias, nos proporcionan dulzor en determinados momentos en los que los años amargan. Bueno, los años y los pensamientos... Es la época... Sandías para todos (sonrío).