Como serie, Juego de tronos deja mucho entretenimiento y, como fenómeno, algunas enseñanzas.
1) Cada generación mantiene la inocencia para detener al manco en El fugitivo, odiar a Falconetti en Hombre rico, hombre pobre, asistir atónitos al asesinato de J.R en Dallas o comerse el coco con el rompecabezas de Perdidos. Las ficciones son cada vez más sofisticadas para seguir embaucando a la menguante inocencia.
2) La involución social es muy rápida. Desde 2011 a esta semana la sección feminista del puritanismo hizo descender vertiginosamente la pulsión sexual de la serie, después de que el igualitarismo cuantitativo llevara rigurosa contabilidad de desnudos frontales masculinos y femeninos y cronometrado de exhibición de penes y pubis.
3) La implicación emocional en una serie con dragones sobrevolando una falsa Edad Media ha sido equivalente a la del culebrón contemporáneo de pobres y ricos. Hay quienes han visto Juego de Tronos como Fatmagul y así, por obra de la infantilización emocional, una serie tan cínica como ésta tiene seguidores tan creyentes.
4) Juego de tronos no es maniquea. No hay buenos y malos que se comporten rígidamente como tales por eso «todo es posible» y no sabes nunca «qué va a pasar ni quién va a morir» pero no importa. Gracias a la futbolización social ha logrado ser polarizadora entre los que eran de Targaryen, los de Stark y los de Lannister, de Daenerys, de Cersei, de Nieve... tomando partido y equipo por cualquier causa, sin espacio a la observación.