Desde que el Principio de Incertidumbre de Heisenberg anticipó la postmodernidad que el universo político valenciano está hecho un lío. (Hay que precisar enseguida que el tal Principio fue enunciado en 1927, aunque para el caso da igual porque es bien conocido que los fenómenos científicos, sociales y naturales llegan, a esta tierra de Dios, ayer trigo y hoy arroz, un poco tarde, ahora mismo se diría). Y como la naturaleza tiende al desorden, según el Segundo Principio de la Termodinámica, que es el de la Entropía (cito La perspectiva científica de Rusell, aquel librito de divulgación maravilloso, y no a Pinker en su Defensa de la Ilustración, unas páginas certeras de las que nadie hace caso), el firmamento político valenciano actual se ha tomado al pie de la letra el asunto y tiende al caos por momentos. Cojamos a Enric Morera como paradigma. Acaba de bordear el precipicio inmaterial en menos tiempo que una partícula subatómica se traslada de aquí a Nueva York. Una consecuencia directa del desorden que nos ocupa y de la incertidumbre que nos acogota, no hay otra explicación. Porque Morera es un presidente de las Corts bañado por el áura del legendario García Miralles, por no mencionar aquí a don Vicente González Lizondo, que desbordaba valencianía, o a Alejandro Font de Mora, que poseía el don de lanzar un dardo en cada palabra. Nos hallamos en una fase de desconcierto que no privilegia ni la obra ni la vida, y que se otea desde la medieval conjunción del poder. El personal, en lugar de leer a Rusell, ve en la tele Juego de Tronos, que es más entretenido, y después se pone a practicar las conjuras y conspiraciones en los pasillos de la vida real. Oigan, un respeto. Una sociedad que no venera a los clásicos es una sociedad dimitida. (Menos mal que la Diosa Razón inspiró las almas de Oltra, Micó, Marzá, Ferri y los demás y triunfó el orden natural y el juicio de la Historia frente a la puñetera Entropía, que anda siempre al acecho sembrando el mal).

Del mismo modo, Puig y Oltra deshojan la margarita de un gobierno horizontal, mestizo, transversal, híbrido y sinuoso, en un intento, se diría, de sublimar la leyenda bíblica y engendrar de nuevo el misterio de la Santísima Trinidad, un Consell uno trino a la vez. ¿Y por qué no un Ejecutivo vertical, con departamentos monocolores, y que cada partido aguante su propia vela? Ah, porque la verticalidad está muy mal vista hoy, y el mundo está repleto de apriorismos y de convenciones prisioneras del presente. La izquierda actual abjura de la verticalidad (antes la divinizaba, observemos la tradición comunista). Lo vertical es todo como muy fálico y prepotente y autoritario e intimidador. Sólo las obras insignes de la arquitectura universal son apreciadas por su erección y su arte al mismo tiempo. Lo horizontal, lo multicultural, la mezcolanza, la variedad es lo que triunfa hoy, y los valencianos somos así: hospitalarios, mestizos, horizontales como láminas de agua, y abrazamos al tiempo el barroquismo, la guasonería y a doña Concha Piquer. Y hasta al Titi. ¡Qué gobierno va a salir! De cajón. Alguna vez lo he escrito. En una ocasión, Heidegger le preguntó a Ortega: «¿por qué España no ha dado filósofos?» Y Ortega le respondió: «¿Usted ha visto algún torero alemán?» Así que Puig y Oltra (y Oltra y Puig) fabricarán un Consell multicolor y en parte subatómico, con la incertidumbre del señor Heisenberg y la Entropía de la señora Termodinámica como telón de fondo de un escenario multiplicador. Algo para que nadie se aclare y todos estén contentos. Algo como muy cuántico y relativista. (A mí lo vertical también me mola, porque entiende uno que en la base de todo el entramado está la persona, y ésta adquirió el estatus de homínido, y la inteligencia y esas cosas, al enderezar los pies delanteros y caminar erguido, y así comenzó a pensar. O a no pensar.)