El 26 de mayo celebraremos elecciones municipales y europeas. Muchos electores entienden que las elecciones municipales son las más próximas y que las europeas quedan lejos. En las municipales podemos votar a personas que conocemos, ello les da un valor añadido; en las elecciones europeas nos jugamos muchísimo. El fracaso que en 2005 tuvo la Constitución Europea, para los que imaginábamos una Europa unida fue un duro golpe. Aquella idea basada en valores universales, en derechos humanos, en libertad, democracia e igualdad, lamentablemente fracasó. Durante años el sentimiento europeo ha quedado reducido a las Conferencias de Presidentes, a las diferencias entre Alemania y Francia, a los rescates del Banco Central Europeo y a los problemas migratorios. Nuestro continente se está haciendo viejo y necesita urgentemente políticas de fomento de la natalidad y de la inmigración para asegurar el porvenir.

Algunos partidos extremistas han crecido al amparo del miedo al diferente. Gunter Grass ya dijo que Europa no debería tener tanto miedo de la inmigración: todas las grandes culturas surgieron a partir de formas de mestizaje.

En general existe una percepción distorsionada de lo que significa Europa. Los gobiernos nacionales, ocasionalmente, han echado la culpa a las instituciones europeas de las políticas que ellos no se atrevían a aplicar y eso ha menoscabado la imagen europea porque no han sabido vender los beneficios de estar unidos. El sociólogo y filósofo alemán Jürgen Habermas percibe una grotesca desproporción entre la influencia profunda que la política europea tiene sobre nuestras vidas y la escasa atención que se le presta en cada país. La Unión Europea nació como un proyecto de paz; si triunfa la eurofobia y Europa fracasa, algunos expertos se atreven a vaticinar que en 15 años puede producirse la 3ª Guerra Mundial.

En nuestro tiempo viajamos muchísimo más de lo que lo hicieron nuestros padres y eso nos hace tener una mentalidad abierta. Visitando países como Portugal, Francia o Austria comprobamos que nos unen muchísimas cosas. El mejor antídoto contra los nacionalismos excluyentes es conocer otras culturas. El pasado verano, realicé un recorrido cicloturista por Austria, Eslovaquia y Hungría. Pedaleando pude comprobar lo que significa una Europa sin fronteras, sin cambios monetarios, sin problemas de documentación o de roaming. En el trayecto hasta llegar a Budapest me impresionaron los cementerios del Holocausto y las constantes referencias a una etapa de la historia que creíamos superada. La capital húngara rebosa de recuerdos del genocidio; el que más me sobrecogió fue el Monumento de los zapatos, a orillas del Danubio, se estremece el alma solamente de pensar que allí descalzaron y arrojaron al río a 20.000 judíos. 75 años después del horror me sentía un afortunado de recorrer plácidamente un territorio que había sido escenario de una de las mayores atrocidades de la humanidad. En la Europa que algunos quieren incendiar, resucitando fantasmas del pasado, el gran reto es educar en el respeto y la paz para salvaguardar los principios democráticos occidentales. Europa está en construcción y deberíamos poner más interés en terminar de edificarla. En las próximas elecciones el viejo continente se juega su futuro, que es el nuestro. El brexit y la política de Trump deberían servir de espoleta para que los europeos nos uniéramos más. Europa necesita el voto de personas que crean en el proyecto europeo. La Europa de Simone Veil, de Marie Curie o del humanista valenciano Luis Vives precisa de un impulso definitivo para que los árboles no oculten el frondoso bosque.