Las tres derechas se han puesto de acuerdo en el mensaje de su batalla por el Ayuntamiento de València: el demonio con cuernos -de manillar ciclista- se llama Giuseppe Grezzi. El concejal de movilidad urbana se ha convertido en la diana de la derechona de la corrupción, de la derecha startup y de la ultraderecha chulita. Durante toda la legislatura han logrado propagar el run-run de que Grezzi estaba generando el caos circulatorio con sus medidas a favor de la movilidad sostenible como los nuevos carriles bici, la peatonalización de la plaza del Mercado, la exclusividad del carril bus para la EMT y los taxis, o los cambios de sentido en la circulación para preservar que el centro histórico o el barrio de San José no los atraviesen conductores que pueden evitarlos mediante un pequeño rodeo.

El caos anunciado no se ha producido ni mucho menos y, por el contrario, asistimos en algunas zonas a un significativo apaciguamiento del tráfico motorizado y a un notable avance del transporte sostenible. Sin embargo, han logrado que una parte de la ciudadanía crea que se ha generado un gran colapso. El carril bici de Reino de Valencia se ha convertido en el chivo expiatorio. Una gran trola, o como se dice ahora, una fake news. Vivo al lado de esa avenida, que recorro o atravieso todos los días de la semana, andando, en bici, o en autobús y, en ocasiones, en automóvil. Reino de Valencia tiene una velocidad de circulación para el tráfico motorizado similar a la que tenía antes. Fundamentalmente porque el carril que los coches han perdido en favor de las bicicletas era impracticable, ya que siempre estaba salpicado de vehículos estacionados en segunda fila, de manera similar a lo que ocurre en otras calles del ensanche como Ciscar o Joaquín Costa. Ahora, el carril bici de la avenida es una alegría que se refleja en las caras de cientos de personas que lo utilizan también en patinete y en coches de discapacitados.

Es evidente que si el mensaje de las tres derechas ha calado en una parte de la opinión pública, incluso entre gentes progresistas, es porque el equipo de comunicación del concejal no ha estado a la altura del reto político en juego: el cambio de movilidad que exige el calentamiento global. Entre otras muchas cosas, no han sabido explicar que si hay embotellamientos en el cruce de Gran Vía con Ruzafa es porque el ayuntamiento de Barberá y sus concejales -todos imputados por la justicia- autorizaron un parking como el de Aza/Primark, que es una llamada al atasco. Y como encima dejaron arruinadas las arcas municipales, ahora es imposible revertir la concesión.

Si de algo no se puede acusar a Grezzi es de incoherencia. Pocos concejales a lo largo de los últimos cuarenta años de ayuntamientos democráticos pueden presumir como él de haber cumplido al pie de la letra su programa electoral y, además con apenas recursos, unos cuantos euros bien gestionados, cien maceteros y unos botes de pintura.

No. El problema no es Grezzi. Cualquier persona mínimamente informada sabe que tenemos encima una amenaza absolutamente apocalíptica como es el cambio climático. Un proceso que si se quiere frenar, exige, además de grandes políticas, que individualmente todas las personas nos impliquemos a nivel cotidiano, haciendo pequeños esfuerzos. Cada vez que apretamos el acelerador nos acercamos más al infierno climático. Olvidarnos del automóvil en la ciudad no es sólo necesario, es, además, muy gratificante.