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¿Quién ganará la segunda vuelta?

La decisión de disolver las Cortes, y convocar elecciones el 28A, ha hecho que los comicios municipales, autonómicos y europeos -cuya fecha ya estaba fijada- se hayan convertido en una especie muy sui generis de segunda vuelta. ¿Confirmará el 26M los resultados del 28A? En principio no deberían ser muy diferentes porque es difícil que un país cambie de fisonomía política en un mes, pero no se puede desconocer que las preguntas que tienen que responder los electores -quién quieren de alcalde, quién de presidente de la autonomía y qué lista es la mejor para enviar a Europa- son distintas y no supeditadas a la del 28A sobre las preferencias para gobernar España. Y a preguntas distintas el elector puede dar respuestas diferentes.

El PSOE, impulsado por la clara victoria del 28A, es el ganador en las encuestas y el PP parece que conservará su condición de segundo partido, en parte porque bajan las expectativas de Vox. Cs sube respecto a hace cinco años, pero vuelve a no lograr superar al PP, y Podemos aguanta pero con los descosidos de Madrid -Errejón y Carmena- y con crisis en otros territorios.

Pedro Sánchez es el líder que lo tiene mejor. Disponer de 123 diputados es mucho mejor que de los 84 de la pasada legislatura, pero no son los 176 de la mayoría absoluta ni siquiera los 165 que pueden garantizar no quedar noqueado en el primer atasco de la legislatura. Pero tiene que lograr la investidura y asegurar la gobernabilidad con unos independentistas cuya posición se ha demostrado como mínimo volátil -y que está subordinada a las expectativas en las no convocadas pero no lejanas elecciones catalanas-, y sin ninguna colaboración del partido liberal, Cs, que cree que lo que debe hacer es competir con el PP para tener el liderazgo de la derecha.

Esta situación le obliga a blindar un pacto con Podemos (juntos logran los 165 escaños a los que me refería antes) que le dan estabilidad parlamentaria pero que pueden crearle problemas de tipo político y -todavía más- económicos y de relación con las instituciones europeas. Por eso el domingo necesita reforzarse y no le iría mal que Pablo Iglesias aguantara, pero saliera algo tocado. El factor Errejón le garantiza esto último.

Pablo Casado lo tiene mucho más difícil. Otra repetición del pésimo resultado del 28A cuando perdió más de la mitad de sus escaños (bajó de 137 a 66) le haría caer fulminado con carácter casi inmediato. Las encuestas dicen que eso no va a pasar y que además -peligro máximo porque sería un gran golpe en la guerra intestina de la derecha- Cs, como ya pasó en Andalucía y en las generales, no va a lograr adelantarles.

No habrá pues muerte súbita, pero si pierde la Comunidad de Madrid, emblemática de las políticas del PP y donde la candidata, Isabel Díaz Ayuso, es una apuesta personal suya, el efecto puede ser devastador. Lo mejor que le puede pasar al PP el domingo es que sus problemas no aumenten.

Rivera ya hace tiempo que decidió que no le interesaba ser la bisagra liberal, lo más potente posible y capaz de pactar con la derecha o con el PSOE, sino que la ambición de Cs debe ir dirigida a arrebatar al PP -aprovechando su debilidad por la corrupción y sus crisis internas- el estatus de gran partido del centro-derecha. En la mente de Rivera el objetivo es que la próxima batalla electoral -que desea lo más rápida posible- el combate sea entre un Pedro Sánchez desgastado y un líder liberal-conservador que le golpea sin compasión. Como Aznar en el 96 a un Felipe González tras trece largos años de gobierno.

¿Quiere ser Rivera el Aznar del 2023… o mejor del 2021? Hay indicios como también los hay de que una parte del mundo empresarial -que prioriza las perspectivas económicas- preferiría que tuviera una actitud menos agresiva con Pedro Sánchez para evitar que el PSOE dependiera en exceso de Podemos. ¿Si Rivera tampoco logra superar al PP a la tercera -tras Andalucía y las legislativas- puede inflexionar su estrategia?

¿Y Pablo Iglesias? Su primer interés es salir lo menos lesionado posible de la crisis Carmena-Errejón, que podría abrir el camino a un Podemos revisionista, y aguantar todas las posiciones posibles. Entonces Iglesias, si Cs sigue queriendo desplazar al PP por la derecha y ERC continúa en su duda hamletiana sobre si admitir o no que la independencia -a corto plazo- es imposible, podrá exigir a Pedro Sánchez un gobierno de coalición. Y Sánchez puede quedar forzado a aceptar una coalición ma non troppo. La izquierda dogmática aplaudiría exultante, la más pragmática se inquietaría. Aunque bien es verdad que mientras la economía -con permiso de Trump y la guerra comercial- siga razonablemente bien, tampoco habrá grandes inconvenientes. Al menos a corto. El problema principal de Sánchez -mejor dicho de España- sigue siendo encauzar el conflicto catalán y hacer que la desinflamación supere el dogmatismo independentista y el unitarista del PP y Cs. El escándalo de esta semana con los políticos presos que han salido elegidos diputados o senadores lo ha vuelto a demostrar.

El independentismo ha sido derrotado y de hecho sólo planteó una batalla verbal (una declaración unilateral de independencia que no fue efectiva ni un minuto), pero los que creían que la mano dura judicial acabaría con el problema ya deberían estar admitiendo que la solución sólo puede ser política. Un 39% de voto independentista en unas legislativas (47% en las autonómica) no puede resolverse con órdenes de prisión y aspavientos condenatorios. Necesita mucha desinflamación con cirugía fina, y la menor demagogia posible.

El conflicto catalán sigue ahí y la sentencia del Supremo (en setiembre) no resolverá el problema. Cataluña necesita un pacto interno entre secesionistas y autonomistas de diferente grado. España -al menos para afrontar la cuestión catalana- precisaría un gran acuerdo de la derecha y la izquierda. En el horizonte próximo no se vislumbra ninguno de los dos. Y la inestabilidad de Cataluña es una seria amenaza tanto a la normalidad como al futuro.

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