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Otra Cataluña: la castellana

Contaba Pepe Ribas en una charla de café que, en el principio de los tiempos democráticos, Jordi Pujol no estaba a favor de la inmersión lingüística y que fueron algunos miembros de la gauche divine del PSC quienes abogaron por ella. Dice el exfundador de la mítica revista Ajoblanco, que prepara un material documental al respecto que será muy controvertido. Estaremos alerta.

Mientras tanto, otro periodista barcelonés, Sergio Vila-Sanjuán, daba a luz un esclarecedor libro divulgativo sobre la pervivencia de la lengua castellana en la cultura catalana. Desde hace seis siglos. Otra Cataluña, editado por Destino, pone al descubierto el importante caudal literario producido desde Cataluña en el idioma compilado por Nebrija, en todas las épocas y bajo todas las circunstancias.

El autor, Vila-Sanjuán, no es sospechoso de nada. Antes al contrario, se trata de un periodista de larga trayectoria, responsable del suplemento Culturas de La Vanguardia -cosmopolita y abierto como pocos en nuestro país-, poseedor de un reconocido aliento narrativo, autor de diversas novelas y ensayos y, como consecuencia de su profesión, conocedor en primera persona tanto de muchos de los autores como de las contingencias que han rodeado a las letras en la Cataluña contemporánea.

El libro está escrito en un aparente tono amable, con estilo conciso, muy periodístico pero de finísima precisión. Un repaso de más de 600 años mediante 135 capítulos, breves, bien bibliografiados, sin aspavientos ni construcciones opinativas. No hacen falta cuando la información se presenta con la contundencia de la lógica positiva y el curso del argumento. Contra lo que parece, el estudio está plagado de bombas de relojería. Vila-Sanjuán, responsable junto a Llàtzer Moix de la resistencia universalista de la cultura barcelonesa frente a la menestralía nacionalista desde su atalaya de La Vanguardia, parece harto del procés como tantos intelectuales y hombres sensatos. Ha pasado a la acción tras décadas de omertà.

Para empezar, Otra Cataluña resitúa los prolegómenos del castellano en las tierras dominadas por el Conde de Barcelona un siglo antes de lo previsto por la historiografía oficialista del nacionalismo. Ese primer apunte castellano vino de la mano nada menos que de un descendiente por línea directa del legendario Wifredo el Velloso -el de las cuatro barras sangrantes-, con orígenes gandienses: Enrique de Villena, padre de sor Isabel, fue amigo y mentor del Marqués de Santillana, escribió en ambas lenguas de modo indistinto y a él se debe el Arte de trovar.

Gracias al pormenorizado registro de información que proporciona el libro de Vila-Sanjuán, constatamos también la profunda amistad que se profesaron Garcilaso de la Vega y el barcelonés Juan Boscán (o Joan Boscà Almugáver), cuya figura, venida a menos, fue defendida por Menéndez y Pelayo, injustamente arrumbado por carpetovetónico cuando en realidad conoció a fondo y difundió la literatura catalana a pesar de su conservadurismo. Boscán, casado con la valenciana Ana Girón de Rebolledo, versaría en la lengua que los americanos llaman español: Ciudades hay allí de autoridad / Que alcanzan entre todas gran corona / Pero entre estas ciudades, la ciudad / Que más es de mi gusto, es Barcelona€

Se nos recuerda, igualmente, la estancia manresana y literaria de Ignacio de Loyola en el XVI, la misma época en la que la ciudad condal empieza a celebrar concursos literarios en tres lenguas: en la patriótica lemosina, en el abundante latín y en la elegante castellana. Antesala de la llegada del Quijote a la capital catalana, la única que pisará en sus andanzas y en donde prosigue la controversia sobre la hipotética estadía de su autor, el alcalaíno Miguel de Cervantes.

En ese punto nos recuerda Sanjuán el episodio de la visita de don Quijote a una imprenta, lo que le sirve para remarcar la hondura histórica de la tradición editorial de Barcelona, el gran foco de la industria de las letras españolas, la Manhattan transfer del boom latinoamericano que se fraguará 350 años más tarde con las vivencias barcelonesas de Vargas Llosa, García Márquez, José Donoso, Bryce Echenique€ y, finalmente, Roberto Bolaño. La ciudad de editoriales como la propia Destino -nacida falangista y devenida planiana y antifranquista-, Seix Barral, Plaza&Janés, Gustavo Gili, Tusquets, Anagrama, el imperio Planeta y hasta Acantilado y Alba, últimos eslabones de esa impagable tradición.

Llegados incluso a la Renaixença, el filón castellano no se interrumpe. El propio Carles Aribau escribirá en la lengua imperialista, y lo hará Balmes para convertirse en el best-seller de su época con los manuales morales, una veta religiosa que convivirá durante décadas con anarquistas y revolucionarios, catalanes que también escribirán en castellano, de Ferrer i Guardia al Noi del Sucre -por cierto, amigo juvenil de Lluís Companys-, y hasta Federica Montseny.

En pleno siglo XX nuestro libro es un pozo de conocimientos al detalle con los que descubrir azarosas vicisitudes escritoras, como la de María Luz Morales, directora de El hogar y la moda, crítica de cine, amiga de Lorca y nombrada directora de La Vanguardia por el comité obrero que incauta el rotativo de la calle Pelayo al estallar la guerra. O la del formidable historiador del arte, Josep Pijoan, impulsor de la enciclopédica Summa Artis y de la historia universal del arte para Salvat.

Me dejo en el tintero lo más cercano por más sabido, pero igual o más sintomático, como la renovación de la novela española llevada a cabo desde Barcelona por autores como Goytisolo, Marsé o Mendoza, de la crónica gracias a Terenci Moix, pero también de la poesía -Gil de Biedma-, la canción -Serrat-, de la historia -Riquer, Vicens€- o incluso de la filosofía -Trías, Ventós, Pániker€-. Es decir, una lista interminable que hace incomprensible la cultura castellana/española sin la aportación de Cataluña y los catalanes, y que a su vez convierte en imposible una construcción del pasado y el presente -no sabemos si del futuro-, de una Cataluña sin sus expresiones castellanas. Como siameses. Ahora a esperar que alguien se atreva a acometer el encargo en su vertiente valenciana.

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