Si hoy es lunes, estarán hartos y atascados, como Martín Quirós y ese hippy de orden que escribió aquí el viernes. Es más, seguro que hoy vienen los periódicos con más lorzas que un gorrino gordo de Teruel, ofreciéndonos tartas y barras estadísticas como si fuéramos una famélica legión. Así que entre indigestiones y lorzas de gorrino gordo, me van a permitir que les escriviva un Almaxsobre el cuerpo. La gente tiene una idea pero que muy equivocada de la filosofía (empezando por Javier de Lucas, que, tomándose la parte por el codo de la íntima amistad, sólo le concede la consideración de filósofo a Manuel Cruz, y nos deja a la restante multitud de pensadores a la intemperie). La gente, digo, se cree que los filósofos estamos todo el día dale que te pienso, como un Ximo Bayo o un Nacho Vidal del pensamiento. Y no. Estaba yo, por ejemplo, conversando el otro día con Descartes y releyéndole (a mi edad siempre releemos, porque si lo leí, ya no me acuerdo, y si no, no me acordaré); él, sedentario, sentado frente a la estufa y yo, peripatético, dándole vueltas a ambos, cuando se me encaró y me dijo: «-¿Y si nuestro cuerpo tan sólo fuera un sueño?». «-Qué hiperbólico estás, René, (que es como nosotros decimos qué exagerada eres)»-le contesté. Y añadí, con conocimiento de cosa: «-Para algunos, quizá, una pesadilla». Efectivamente. El otro día, frente al espejo de cuerpo entero, tras la ducha, me miré, yendo a las cosas mismas y me sorprendí gritando: «-¡Hostias, como el pavo de Bertrand Rusell! (que es como nosotros llamamos al pollastre a l'ast). Y es cierto, porque no es que me lo diga yo a mí mismo en la soledad solipsista, es que me lo dicen todos. Allí, mirándome a los ojos que miraban, estaba todo, puesto entre paréntesis: la noble cabeza con su puntilla de pellejos; el cuello echado hacia delante, entre vencido y un sí, digame; el justo medio desparramado en la cintura, mientras, la cosa en sí, digo de Rómulo y Remo, compitiendo por llegar a las rodillas. En fin y por último, dándole solidez al conjunto, el buen par de canillas acecinadas. De inmediato, me dije, como le dijo Marx a Feuerbach, «esto hay que transformarlo». E inicié lo que ustedes llaman, en un claro ejemplo de generalización precipitada, «operación bikini», y que los filósofos integrados, obligados por el azar genético y la arbitrariedad genérica, llamamos «operación Meyba», y los apocalípticos «operación Porreta». El quod erat demostrandum de todo esto es que me he apuntado a un gimnasio, por falta de voluntad de poder, cosa que me da un poco de vergüenza: si me ven, hagan como que no me han visto. En fin, si de lo que no se puede hablar, mejor es callarse; de lo que si se puede, mejor hartarse. Por cierto, si hoy es lunes, ¿quiénes hemos perdido?