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Teresa Domínguez

¿Conforme a qué ley?

Soplan malos vientos, cargados de ponzoña enmohecida, que no por antigua está menos viva o es menos peligrosa, para que un Gobierno de izquierdas, por muy en funciones que esté, ampare con un frustrante «han actuado conforme a ley» la detención de una joven hondureña en Xirivella cuando, inocente ella, fue a denunciar que un tipo le había pegado sin reparar en que no tenía sus documentos en regla. ¡Faltaría más! ¿Es necesario destacar que un policía actúa conforme a la ley? Desde luego que no, como no lo es que una médica atienda a un paciente o que un fontanero subsane la gotera por la que fue llamado. Lo que se esperaba, yo al menos, es que el policía, como tantísimos otros que conozco, atendiese más a una parte de la ley que a la otra. Que priorizase la atención a la víctima y al delito sobre la cosa esta administrativa de los sellos bien puestos. Cuántas organizaciones criminales, cuántos homicidios y cuántas agresiones sexuales se hubiesen quedado impunes si esos otros (magníficos) policías no tan obsesionados con la estadística y el papeleo se hubiesen deslumbrado ante la falta de documentos en regla del testigo en lugar de hacerlo con lo esencial, el relato del delito que es, al fin y al cabo, la materia prima con la que se cocina la eficacia policial.

Así que no, no solo no es de recibo la respuesta oficial por lo estándar, anodina y parcialmente cierta, sino porque, además, supone un espaldarazo a la conculcación de los derechos más elementales del ser humano. Supone condenar al silencio, a la exclusión y al terror a las víctimas de cualquier delito que no tenga la oportuna exención legal de la expulsión -básicamente, las de violencia de género y las de trata-. Y muchas prefieren acabar violadas, golpeadas, explotadas, humilladas e insultadas antes que arriesgarse a acabar metidas en un avión de vuelta a su país y dejar de ganar dinero para mantener vivos a los suyos. Hubiese preferido, la verdad, un cabal «lo estamos investigando» que cerrase un poco más la puerta a los que, ahora ya sí, desde las instituciones, seguirán instilando el odio al distinto y amparando ese grito hediondo del «vete a tu puto país» que empieza a rodearnos con demasiada habitualidad.

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