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Billete de vuelta

Valle-Inclán en las Cortes

Tomando un café con sacarina en el bar de los desayunos, la mirada cansina se dirige a la tele, encendida en lo alto, donde se retransmite el arranque de la XIII Legislatura de las Cortes, que es mala cifra o número cenizo que ya aventura lo que se nos viene. Hete aquí que asoma a la pantalla un señor diputado setentón de la circunscripción de Burgos, Agustín Zamarrón, viva estampa de Valle-Inclán en la barba abundante y nívea y en las formas retóricas, presidiendo la mesa de edad. Y que de primeras tilda de "trombo de difícil solvencia" la aglomeración en los pasillos del hemiciclo durante las votaciones. Me pregunto si la erudición de castellano rancio de este Zamarrón inclanesco alcanza al entendimiento de los parlamentarios más jóvenes.

Da gusto escuchar semejante oratoria en un escenario que ha quedado reducido a las pavesas de la nimiedad de caracteres que dicta Twitter y al más impresentable chamarileo de lenguaje chusco. El dominio del idioma es lo que tiene, que se puede contestar con retranca al ministro José Solís en las Cortes franquistas que el latín sirve para que a Su Señoría, natural de Cabra, se le llamase egabrense y no otro gentilicio de malsonancia caprina; o se puede dirigir uno a Gabriel Rufián apelando a la etimología truhan y traficante del apellido.

Una vez Valle-Inclán fue devuelto a su escaño, lo que vino después dibujó la escena teatral del esperpento: el juramento ignominioso y a la carta de los diputados catalanes presos atemperado por la percusión del aporreo jabalí de la madera de la bancada tomada al asalto por Vox. De tal manera que aquello empezó a parecerse al Callejón del Gato, sin un espejo en el que mirarse.

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