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A vuelapluma

Alfons Garcia

Arabí

Ahora que alguno, nostálgico del catecismo, se dedica a impartir doctrina de periodismo, llega Arabí con un ejemplo de periodismo, no del que husmea entre las sábanas de los políticos, y mira que había posibilidades, sino del que ayuda a comprender un momento histórico y pone luz sobre el presente. Eso es Ciudadano Zaplana.

Arabí y el arriba firmante, cosas de la vida, entraron por la puerta de la redacción de este periódico el mismo día, un día de Todos los Santos de allá por 1994. Él lo cuenta con más ingenio y gracia. Si lo expongo es para dejar clara desde la primera línea la amistad con el autor, un tipo solidario y leal antes que cualquier otra consideración profesional, y que sé de qué habla en Ciudadano Zaplana, porque la trinchera era larga, aunque nadie la defendió con el ardor y la constancia de él.

Arabí ha dedicado los últimos años, complicados en lo personal, de esos que templan y envejecen la mirada, a revisar sin melancolía ni rencor aquel tiempo y aquel pionero rey de taifas. La situación actual del político, enfermo y en libertad provisional, ayuda a una mirada sin resentimiento, pero ese enfoque estaba ya antes de Erial.

El subtítulo explica mejor que el título el objetivo del libro: la construcción de un régimen corrupto. Es la tesis del ensayo pergeñado con abundancia de recursos periodísticos.

Lo trascendente de aquel tiempo de excesos y soberbia, visto desde hoy, no fueron los desmanes y el impudor, sino la impunidad de la que gozaron sus protagonistas. El caso del contrato con Julio Iglesias para la promoción de la Comunitat Valenciana es clamoroso. Arabí llegó a publicar en este diario la cuenta corriente utilizada para los pagos en B. No pasó nada. El asunto se enterró judicialmente. Como ese, el libro recupera otros episodios olvidados. Ahora que es tendencia exigir perdones (de los otros), aún estamos a la espera de que alguien en la Justicia haga un acto de contrición por la mirada nublada con la que se analizaron aquellos hechos. Es simple, me parece: se dejaron llevar por el frenesí y el brillo de los oros del ladrillo y la especulación, como la mayoría de ciudadanos, que perdonamos en las urnas lo que la prensa iba desvelando. Había crecimiento, había dinero, éramos pioneros, éramos campeones..., cómo incordiar a los artífices de aquel milagro. Casi nadie intuía el caldo de miseria moral que se estaba cociendo.

Solo aquella impunidad del final del siglo explica un caso posterior tan sórdido como el del conseller Rafael Blasco (el ideólogo de sobremesa de Zaplana) y sus compinches saqueando el dinero del Tercer Mundo.

Hechos destapados en esa última etapa del imperio popular, y que han supuesto una tumba electoral cuya losa aún no han levantado, no son muy diferentes de los que se contaron entonces (principalmente en las páginas de este periódico), muchos de los cuales han quedado sin revisión judicial.

Sucedió que el esplendor pasó; el paro, la precariedad y la desigualdad tomaron las calles, y la mirada de los estamentos judiciales tuvo que cambiar. Adaptación al medio, pura evolución. Y ni siquiera Eduardo Zaplana, que parecía por encima del bien y el mal, se salvó. Cayó, décadas después de los hechos que Arabí revisa ahora y de poner los cimientos de una manera torcida de gobernar. A la espera estamos también de que algunos empresarios cuenten lejos del güisqui del mediodía el contenido de aquellas visitas al Palau de la Generalitat.

Llegar a un puerto español en la primavera de 1936 y captar el clima prebélico de las calles es hacer periodismo. Intuir que allí se estaba fraguando el primer choque entre dos grandes bloques económicos y políticos mundiales y contarlo con prosa acerada y precisa es ser de los grandes. Las épocas no son comparables ni de lejos, pero la actitud del que observa, sí.

Arabí (Quico) presenta esta tarde su libro. Él es poco de espectáculos y homenajes, así que estará pensando que no es para tanto. La primera certeza en prensa es que no hay nada más efímero que un periódico: los hechos y las crónicas pasan. Lo importante es que el ejemplo sirva para que siga haciéndose periodismo. El de verdad. Sin lecciones.

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