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Tierra de nadie

Qué le vamos a hacer

¿Quieres vender tu casa?». «¿Necesitas un préstamo?». He aquí dos de los anuncios que más se repiten hoy día por tierra, mar y aire, y que constituyen un claro indicativo del empobrecimiento general de la población. El modesto capital que las clases medias lograron ahorrar durante los días de gloria, les está siendo arrebatado de forma minuciosa desde 2008. Pero la rapiña no tiene fin. Si aún conservas la vivienda que con tanto esfuerzo lograste hacer tuya, debes sacrificarla también a la especulación. De ese modo tendrás un respiro. Quizá, con suerte, te mueras antes de que se te acabe el dinero que te ofrezcan por ella. Pero si ya te lo has gastado y sigues vivo, aquí estamos para ofrecerte un préstamo que podrás avalar con tus riñones.

La combinación de estos dos anuncios, repetidos hasta la saciedad cada vez que pones la radio, abres la prensa o ves la televisión, es oro puro para un sociólogo, incluso para un antropólogo. No hagan ustedes, señores economistas de las grandes instituciones del Estado, estudios inútiles. Si necesitan saber a efectos estadísticos cuál es la situación económica de las familias del montón, permanezcan atentos a la publicidad dominante. Ahí está todo. Cada vez que enciendo el móvil, alguien me pregunta si quiero averiguar (gratis, claro) cuál es el precio de mi piso. Añade que vale mucho más de lo que pienso yo, como invitándome a desprenderme de él antes de que los precios vuelvan a caer. Nos despluman de manera sutil, aunque implacable. Pero si apago el teléfono y lo vuelvo a encender al cuarto de hora, tropiezo con una oferta imposible de desechar: la de un préstamo, que se resuelve en diez minutos, sin necesidad de firmar prácticamente nada. Los primeros 300 euros, por si fuera poco, están libres de comisiones e intereses.

Ningún político ha hecho alusión alguna a estas campañas financiadas por buitres carroñeros que negocian con la menesterosidad en la que nos hundimos progresivamente. ¿Por qué? Porque no se fijan en lo aparentemente pequeño. Perdidos en las nubes de las grandes promesas, que por supuesto ninguno cumplirá, resulta imposible ya atraerlos hacia los asuntos terrenales. Están en otra, qué le vamos a hacer.

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