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Picatostes

La Cina é vicina

La China está cerca rezaba el profético título de una de aquellas películas del nuevo cine italiano de los años sesenta que llegaba a las pantallas de España con el visado de las llamadas salas de arte y ensayo. El título extraído de un libro de viajes de un periodista italiano hacía un guiño a las corrientes revolucionarias en boga que tendrían su puesta de largo en el Mayo del 68. Del Libro Rojo al cuello Mao. El arroz Tres Delicias todavía esperaba su cocción. Ahora, más de cincuenta años después del estreno de la película italiana, el título La Cina é vicina, se revela tan consistente como los votos municipales del alcalde Joan Ribó en el mapa de la ciudad de València. Las esquinas de nuestros barrios ya hace tiempo que hacen gala de unas generosas dosis de polución decorativa expedidas por los bazares chinos mientras el gato de la suerte con espíritu estajonivista saluda infatigablemente con su patita. Tic, tac.

La China de Huawei&Lenovo -con el permiso de Donald Trump- no es que esté cerca, es que ha pasado a ser uno de nuestros vecinos más eficaces y solicitados a la hora de proporcionarnos un enchufe, abono para las plantas, un juego de camisetas interiores o un ramo de flores artificiales para la lápida de nuestros seres queridos. En el interior de uno de estos comercios te sientes tan extasiado por su variedad de formas, volúmenes y colores como en la Capilla Sixtina ante las pinturas del Juicio Final de Miguel Ángel. Estoy seguro que la primera definición del término horror vacui se hizo en un bazar chino por parte de un comprador después de quedar encerrado 24 horas en su interior. La Cina é vicina. Hay eslóganes que hacen fortuna. En los tiempos de la Santa Transición, ese periodo que las llamadas fuerzas constitucionalistas están a punto de canonizar junto al peluquín de Santiago Carrillo y el ADN de Adolfo Suárez, triunfaban eslóganes como «España mañana será republicana»; una conjugación en futuro bastante imperfecto que parecía tan remota como la desaparición del hielo ártico. Cuatro décadas despues el running republicano ha hecho su recorrido despacito que diría Luis Fonsi como aspiración a una forma de estado que no dependa del índice de natalidad del Palacio de la Zarzuela.

En este ensanchamiento republicano sin duda instantáneas como las del monarca pretérito, después emérito y ahora pasado a la vida contemplativa, disfrutando de la vida alegre junto al cadáver de un pobre elefante desde luego no han colaborado a una mayor afección a la causa monárquica. Los que fuimos niños disneysianos todavía no hemos superado el trauma de ver a la madre de Dumbo encadenada lanzando gritos de dolor. O la de Babar muerta por un cazador sin alma ni corazón. Tampoco ayuda mucho el cheek to cheek entre casas reales y más con una monarquía tan resolutiva como la saudí en cuestión de opositores. Ni el mago David Copperfield en sus mejores momentos alcanzó una técnica tan depurada a la hora de hacer desaparecer objetos del escenario.

Este descenso progresivo de la temperatura real aunque el CIS se empeñe en no preguntar por la monarquía en sus consultas periódicas, se siente o respira según el cristal con que se mire. En mi caso, añadiría una cuestión estética. Estoy hasta la coronilla con la información semanal a cuentas del vestido de Zara que luce para la ocasión la reina Letizia y del cual se han agotado sus existencias. Ya estoy esperando el próximo posado de la familia real en Mallorca para admirar el vestido que lucirá la princesa Leonor y el tiempo que tardará en ser superventas como Melendi. Aunque para posados familiares el de Miguel Bosé y sus dos hijos hace unos días en Los Ángeles. De momento no tengo constancia que se hayan agotado las faldas samurái que lucían padre e hijos.

Para un buen número de nuestros vecinos del norte de Ebro el menú republicano ha pasado a ser parte de su dieta diaria, un cambio por lo visto tan natural como el que se hace vegano de la noche a la mañana. Igual un día de estos aparece la tumba de Jaume I en el Monasterio de Poblet con un gorro frigio y una tarjeta de visita de Carles Puigdemont. «Desde Waterloo con amor». Mis fervores monárquicos, si es que alguna vez los hubo con cierta regularidad, están tan descoloridos como las extensiones de Leticia Sabater. En cuestiones de amores reales los míos han pasado siempre por el filtro de la pantalla y a ser posible en technicolor y cinemascope. Entre mis favoritas, la Reina de Saba, aquí una voluptuosa y lasciva Gina Lollobrigida llevando a la perdición moral al pobre rey Salomón, aquí Yul Brynner con peluquín, en medio de una orgiástica secuencia de baile. En el capítulo masculino el mundo del rock y otros géneros musicales siempre ha sido muy proclive a los títulos reales y reparto de coronas. La imagen de Freddy Mercury en Wembley ante 70.000 espectadores con corona y capa de armiño real le colocaba a la misma altura que The King Elvis Presley con su mono de lentejuelas cantando vía satélite desde Hawái. De The King a The Queen. El mundo de la gastronomía y de la comida prêt-a-porter también es muy propenso a los títulos reales ya se trate del Rey de la Pizza o del Rey del Bacalao. El listado admite otras realezas gastronómicas como El rey del pollo frito o El Rey del Boquerón, por el lado más Celtiberia Show que conducía Luis Carandell en las páginas de Triunfo.

Pero si sigue habiendo una cocina inigualable a la hora de rotular sus establecimientos, esta es sin duda la china, porque, vamos a ver ¿quién puede mejorar el lirismo de títulos como La taberna oriental de Jade, la fuerza y fantasía de El dragón imperial o la ensoñación romántica de El Pato de Pekín? Este último, un título que de seguro hubiera suscrito el mismísimo Boris Vian ahora que se cumplen sesenta años de la muerte del escritor francés.

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