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Martí

Diarrea digital

Según pasan los años aumenta nuestro particular libro de retratos. El cole, los colegas de instituto y universidad, pandillas veraniegas, compañeros de trabajo, amantes, y hasta algunas amistades forzadas. Seguimos el orden cronológico porque somos incapaces de clasificar nuestras efigies como sostenía el genial escritor de Palafrugell entre amigos, conocidos y saludados. Además de pereza, seguir el consejo planiano sería un auténtico caos, pues ya ni te hablas con algunos de los que salen en las fotos de tu boda, a veces ni con la que te casaste. En cambio nos venimos arriba con nuestros nuevos seguidores en las redes, y solemos visitar el perfil de algún competidor para saber si ya tenemos más que él. Estamos enredados en una pura fantasía. Ninguno de esos cientos de colegas ficticios nos acompaña al hospital, ni viene a por nosotros cuando estamos depre. Tampoco los vemos en las bodas, ni en los divorcios y menos en los entierros. Nos pone engañarnos con ese postureo adolescente, con la intención de recordar esa etapa de la vida más gaseosa. Huir de la realidad, regatear compromisos y esconder la verdad son la clave del actual éxito social. Mientras tanto sube la desigualdad, familias enteras son los actuales okupas, crecen las colas en los bancos de alimentos, los pediatras no dan abasto en los ambulatorios y los mayores se mueren solos. Nadie sube nada de eso a la red, pero el fin de semana los móviles se llenan de paellas, copas y fiestas, incluso en esos conocidos (¿o saludados?) que han venido a rescatarnos. Crece la desconfianza hacia la gestión pública porque sigue el clientelismo, común en todas las ideologías. Y los conversos siempre son los peores. Aquellos que construían un discurso coherente y de integración colectiva son los más demagogos y sectarios cuando consiguen un cargo. Esos flashes duran poco, porque si nos detenemos a repasar nuestro libro de retratos comprobamos que los que nunca fallan son esos a los que les da igual nuestro móvil con su circunstancias añadidas. Menos pantallas y más abrazos.

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