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De la estrategia a la política

Nos hemos acostumbrado a ver todo tipo de estrategias por parte de los partidos en la legítima competencia por el voto. Una de las más sorprendentes la protagonizó Albert Rivera durante la campaña de las últimas elecciones generales al anunciar que bajo ningún concepto pactaría con Pedro Sánchez tras las mismas, negándose a la posibilidad de un entendimiento con los millones de votantes socialistas, es decir, con una parte muy importante del electorado que resultó ser la mayoritaria. Una posición fácil de explicar en términos estratégicos, por la pugna con el PP por el voto del centro derecha, pero muy difícil de entender políticamente.

Creímos, porque así nos lo hicieron creer, que Cs era un partido liberal y transversal, con la holgura ideológica suficiente para poder desarrollar cierta capacidad con la que establecer consensos desde posiciones moderadas tanto con la izquierda como con la derecha. Una idea que vimos desvanecerse tras cerrar la puerta a posibles pactos con el PSOE.

Hace unos días el president en funciones, Ximo Puig, lanzaba una propuesta a Cs en la línea de llegar a un acuerdo político «a la europea» en Alicante para el gobierno del Ayuntamiento y de la Diputación Provincial, desde la base de impedir gobiernos condicionados por el partido ultraderechista Vox. La del PSPV es una posición que va más allá de un mero acuerdo político: evitar que la extrema derecha pueda actuar desde el ejercicio del poder, bien formando parte de un gobierno o bien condicionándolo, debería ser prioritario -así lo ven también los homólogos liberales europeos de Rivera-. Algo que, además, coloca a la organización socialista en una posición de liderazgo integrador, alejado de una visión política sectaria y cerrada. La oferta de Ximo Puig responde a la habilidad de quien entiende que la construcción de un proyecto político amplio solo se puede hacer sumando. Algo francamente importante para el buen funcionamiento de la democracia; sobre todo, con instituciones tan fragmentadas por un lado pero tan definidas en bloques ideológicos por otro. Me pregunto si esa cerrazón ideológica expresada a través del eje izquierda-derecha como si se tratara de dos compartimentos estancos, responde realmente a las expectativas de la ciudadanía.

Parece evidente que cuando el electorado decide fracturar el bipartidismo lo hace para que, en cierto sentido, se vaya hacia una mayor apertura de la política. En definitiva, avanzar hacia una dimensión más deliberativa de la democracia. No tiene mucho sentido crear una política de alianzas cuyo resultado sea el de generar una suerte de nuevo bipartidismo desde el planteamiento de bloques. Parece razonable intentar la búsqueda de acuerdos con aquellas fuerzas políticas con las que, a pesar de que se den ciertas distancias, también se pueden encontrar espacios en común.

Sabemos que de todos los desafíos a los que se enfrenta la democracia, el auge de la extrema derecha es uno de los más importantes. Cs tendrá que decidir si se sube al carro de quienes están dispuestos a ponerle freno a este desafío, o por el contrario, se mantiene en la fórmula andaluza. El dilema entre ser un partido autónomo, recuperando aquella idea de transversalidad y moderación, o se convierte en una sucursal del PP. La disyuntiva entre dejar a un lado la estrategia electoralista y ponerse a hacer política.

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